Como familia franciscana nos encontramos viviendo un tiempo de gracia, un tiempo en que estamos celebrando 800 años de diversos acontecimientos históricos de la vida de nuestro hermano San Francisco de Asís y que han sido la brújula de nuestro ser en el mundo. Es en este contexto, que durante el año que acaba de culminar hemos celebrado los 800 años de la iniciativa del Poverello de celebrar la Navidad del Señor en Greccio, a partir de este acontecimiento hemos acogido la invitación de habitar los márgenes de nuestra comunidad para caminar y compartir con aquellos a quienes el Evangelio nos confronta, es la experiencia de misión que hemos llamado Misión entre la gente.
El caminar y compartir con aquellos que viven en sencillez y humildad entre nosotros y que muchas veces no queremos mirar, es una oportunidad de aprender de otros, de estar disponibles para ser confrontados, para escuchar a otros y principalmente para hacer vida una pastoral de la amistad, que busca hacer vida la fraternidad.
La pobreza no sólo es una problemática social, es desde una perspectiva religiosa también, una cuestión teológica y por ende una cuestión central en el mensaje cristiano. Desde un sentido sociológico, un pobre es una “no-persona”, un invisible y carente de derecho, alguien que se manifiesta de manera insignificante a causa de varios prejuicios: desde motivos de raza, sexo, cultura o estatus económico entre otros. La mayoría de las personas que habitan el mundo viven en la condición que llamamos “pobreza”. En palabras de Gustavo Gutiérrez: “La pobreza nunca es buena… nunca… porque siempre es muerte temprana e injusta” y “el compromiso con el pobre no puede evitar la denuncia de las causas de la pobreza” porque el pobre es una “no-persona”, una no considerada persona, un insignificante o como dice Hanna Arendt: “el pobre es aquel que no tiene derecho a tener derechos”. Por eso la pobreza es un asunto teológico, que expresa la fractura de la Creación, de la cual hemos de hacernos cargo.
Greccio, desde la dimensión sociológica nos invita a eso, a caminar con los marginados. Por ello, haciéndonos eco de este llamado, desde la oficina de JPIC de nuestra provincia nos propusimos habitar por un tiempo un espacio de vulnerabilidad social, de tal manera de ser testigos nuevamente del nacimiento de Jesús en medio de la sencillez y pobreza de un pesebre. Esta misión comenzó un domingo 19 de noviembre, día en que el Papa Francisco nos invitaba a celebrar la Jornada mundial de los pobres.
Aquella tarde de domingo nos reunimos en la sede la junta de vecinos de la Población, en aquella fecha la población no contaba con directiva, no había un proyecto de barrio, la sede era habitada y cuidada por una madre haitiana y su hijita de casi dos años, con el compromiso de pagar el agua y la luz y cuidar el edificio. Una sede en estado de abandono por parte de la comunidad, las personas nos recibieron con cariño y alegría. A partir de esa fecha durante la semana por las tardes visitamos, cada vivienda de la población en conjunto con los hermanos y la Legión de María de nuestra parroquia San Francisco de Parral, comunidad que aceptó la invitación a hacer la misión entre la gente.
En este caminar tuvimos la oportunidad de caminar por las calles de la Población, algunas familias nos recibieron con cariño, otras con cierta indiferencia, y otras nos rechazaron. Pudimos conversar con católicos y no católicos, ya que el propósito de la misión no era hacer proselitismo, sino que hacer vida una pastoral de la amistad, fundada en el dialogo y la fraternidad.
Uno de los tesoros que surgieron de esta experiencia fue conocer la historia e identidad de la Población 21 de noviembre, población cuyos inicios se forjaron a punta de lucha, sacrificio, esfuerzo y esperanza de mejor vida, en un periodo de nuestra historia reciente difícil y sombrío. Don Luis Rivera, dirigente de esta toma y uno de sus principales gestores y organizadores fue tomado detenido tras el golpe militar, manteniéndose hasta el día de hoy dentro de los miles de hermanos detenidos desaparecidos que enlutan nuestra patria. Que el Altísimo lo tenga en su Santo Reino.
La historia colectiva nos relata que la madrugada del 21 de noviembre del año 1970, 45 familias hicieron ocupación de un sitio eriazo, no urbanizado, ni trabajado, ubicado al costado poniente de Parral y que ya al clarear del día la ciudad en pleno fue testigo de la toma adornada por innumerables y coloridas banderas chilenas y que conforme pasaba las horas de este día, más familias se iban sumando a los pioneros que fundaron ese suelo, el día de esta proeza dio el nombre que aún en la actualidad lleva la Población 21 de noviembre.
Los nuevos ocupantes de ese suelo prontamente se organizaron en torno a ollas comunes, las que se cocinaban con alimentos que algunos salían a conseguir o que otros aportaban con su trabajo, todas las familias eran de origen muy humilde, varios matrimonios jóvenes con hijos pequeños, incluso algunas madres embarazadas y esas benditas ollas multiplicaban los alimentos alcanzando para alimentar a todos sus hijos e hijas.
Con el tiempo esta toma se transformó en un campamento, con acequias a la vista, sin agua potable, con letrinas y puntos de distribución de agua potable. Los niños le daban vida a sus calles sin urbanizar, corriendo, gritando y jugando en medio del polvo y la tierra.
No fue sino hasta el año 1990, tras la visita del entonces presidente de la republica don Patricio Aylwin, que se urbanizo el campamento gracias a su gestión personal. En esta primera etapa del proyecto el Estado construyó 145 casetas sanitarias para las 145 familias que habitaban el campamento, las que fueron levantadas gracias a un esfuerzo colaborativo entre el Estado y las familias de la toma, ya que la política habitacional social en Chile de ese momento era la de la Vivienda Progresiva, que a partir de una unidad básica (Baño y cocina) y por medio de la autoconstrucción o proyectos colectivos, las familias construían sus viviendas.
Gracias a la urbanización territorial el campamento paso a ser la Población 21 de noviembre que conocemos. Una población humilde y sencilla de familias trabajadoras, no exenta de las dificultades que conlleva la vida actual. Hoy y luego de más de 50 años, es habitada en su mayoría por vecinos adultos mayores.
Las principales ocupaciones de sus habitantes hoy son: trabajadores agrícolas temporeros, dedicados al cuidado y a la cosecha de los huertos de la zona; y otros al antiguo y noble oficio de la curtiembre, dándole vida a: monturas con el cuero de cordero; cabezales de caballos con el cuero de vaca; cinturones y cabos con el cuero de chivo. Dueñas de casa que con cariño se dedican al bello y delicado oficio del cultivo de plantas preparando pequeños almácigos, que luego venden como forma de llevar el sustento a sus hogares, y familias comerciantes que por medio de la venta de ropa usada o reciclada en ferias libres han encontrado la forma digna de sacar adelante a sus familias.
Por algún tiempo la población también contó con un espacio para celebrar el mes de María y hacer catequesis. Hacemos un homenaje a doña Edilia muy recordada aun por los vecinos, la fe siempre ha sido importante para las familias que la habitan.
La 21 de noviembre es una población de gente humilde, sencilla y trabajadora que como muchas a lo largo del país no ha estado exenta de la estigmatización discriminatoria por algunos sectores de la ciudad, hay en la población muchos hermanos que viven y sufren el flagelo del alcoholismo o drogadicción. Sin embargo, también hay niños y niñas que crecen y se transforman en jóvenes profesionales que trabajan y son un real aporte a la sociedad. Es en este lugar donde Dios ha puesto su mano para cuidar a cada familia, a cada hermano y donde tambien se les invita a ser comunidad capaz de co-construir su propio destino.
Esta misión finalizó el domingo 21 de enero, Domingo de la Palabra de Dios, en la que por medio de una eucaristía celebramos la presencia amorosa de Dios y el don de la Vida. La misión entre la gente fue una oportunidad que la celebración de los centenarios franciscanos nos dejó para ir el encuentro del otro, distinto y también estigmatizado por la comunidad. Fue la oportunidad de aprender como la identidad de un colectivo surge también a partir de su historia. Fue la oportunidad también de salir de la comodidad del convento y compartir haciendo de la pastoral de la amistad un espacio de Dios y para Dios.
Finalizamos esta crónica con el desafío de mantener este espacio de encuentro con la comunidad y también de emprender otras experiencias de misión entre la gente, en otros lugares sencillos y vulnerables de nuestra comunidad, todo para mayor gloria de Dios.
Hno. Julio Campos, ofm, Animador Provincial de la Oficina JPIC