El Hermano Claudio Pumarino, ofm, fue el tercero en ser parte de “Días de Misericordia”, la iniciativa desarrollada por el Vicariato Apostólico de Aysén entre la quincena de marzo y los primeros días de abril y que consistió en celebrar el Sacramento de la Reconciliación o Confesión en lugares como la Catedral y diversas capillas de esta hermosa zona austral del país.
Por Enrique Astudillo Baeza, periodista
En sus palabras, el Hermano Claudio, siente que su mayor motivación para aceptar la misión “Días de Misericordia” en Aysén fue poder abrir un espacio de diálogo y, sobre todo, de escucha. “Ahí donde el Sacramento de la Reconciliación – que es la expresión misma de la misericordia de Dios- tiene una dimensión hermosa que es la sanación. Por lo tanto, en este espacio de escucha, de acoger a las personas, veo la función del ministerio sacerdotal y que uno no tiene siempre la conciencia. Por lo tanto, ser un instrumento de Dios para sanar los dolores, es un camino que siempre me ha llamado la atención y me motiva a dar mi tiempo y dedicación. Esto fue una gran oportunidad que el Señor me dio, por lo tanto, fue imposible decir que no, sobre todo como algo que me mueve mucho en el ejercicio sacerdotal”, precisó.
Asimismo, analiza que lo que más le llamó la atención en la zona haciendo misión fueron las largas distancias. “Es una zona para hacer patria”, describe. “Si bien es cierto es una zona con un paisaje hermoso, ciertamente es muy complejo en términos de desplazamiento y donde hace mucho frío poder atender muchas comunidades y comunidades que tienen una misa al mes o a veces, con mucho más tiempo de distancia, ya que es un Vicariato que tiene pocos sacerdotes. En ese contexto pude experimentar el cariño de la gente. Es una tierra de misión por su gran expansión geográfica y que significa asumir una dimensión que no siempre uno la vive, sobre todo cuando uno está en las grandes ciudades, que tiene que ver con la soledad. La misión en el sur por su situación geográfica implica una mayor soledad y eso requiere, sobre todo, una fuerza interior y una vida de Adoración intensa para sostenerte”, analiza.
En esa línea, nos cuenta que percibió la recepción de la gente a esta misión como un verdadero regalo. “La acogida de la gente fue de mucha alegría y de mucha preocupación por nosotros. Estaban muy agradecidos de nuestra presencia. En lo particular, lo más gratificante fue la acción misma de visitar lugares, visitar enfermos, y llevar el Sacramento de la Confesión. Fueron días de mucho gozo y alegría. Es un ambiente muy sencillo para ellos y un tiempo de mucho agradecimiento. Me sentí muy acogido y querido”, agradeció.
Sin embargo, el Hermano Claudio no deja de manifestar su impresión de cuáles fueron los principales dolores y alegrías que pudo observar en “Días de Misericordia”. “Siempre será un dolor que una comunidad cristiana no tenga la posibilidad periódicamente de celebrar la eucaristía y de tener un encuentro. Eso se ve como un dolor permanente. Lo vi reflejado en el diálogo ordinario con la gente, en esta dinámica de la recepción y de manifestar esta ausencia que es muy comprensible, pues no solo son un Vicariato con pocos sacerdotes, sino que también por su larga distancia que tienen que recorrer”. Asimismo, añade que también ve como un gran dolor la falta de sacerdotes, “ya que también genera una reducción en la comunidad, porque cuesta que hagan camino. Ahí hay un desafío que tenemos todo nosotros el de abrir estos espacios”, clamó.
Ciertamente, las alegrías que vivió en la misión tienen que ver con la posibilidad de celebrar la eucaristía y del Sacramento de la Confesión. “Es maravilloso tener la posibilidad de reunirse como comunidad y de poder verse. Los vi muy contentos con la opción de poder reunirse en comunidad, ya que son personas que no se veían hace mucho tiempo. Valoraron mucho la acción de que los sacerdotes los visiten”, sinceró.
Sin duda, para el Hermano Claudio tomar la misión, también representó un valor trascendental para su sacerdocio y tener la certeza de vivirla aceptando lo que Dios haga con él. “Lo que uno tiene que procurar es hacer la voluntad de Dios -con las luces y sombras propias- Tuve la oportunidad de conocer un lugar nuevo, la posibilidad de conocer una realidad nueva con todas sus situaciones concretas y también tener un espacio de diálogo y escucha. Es increíble ver cómo las personas comparten su cruz y sus dolores y se sienten aliviados. Estoy profundamente agradecido y guardo todo en mi corazón”.
Finalmente, exhortó que la fuerza del sacerdocio se recupera en la medida de estar con la gente. “Y eso es indudable. Como dice el Papa, debemos ser una Iglesia en salida, de acompañar al Pueblo de Dios y vivir esta realidad. Es la alegría de esta misión. Fue un tiempo privilegiado para estar cerca de aquellos que sufren. En los tiempos de hoy, es muy difícil escuchar y compartir. Para mí eso fue muy revitalizador. En un lugar distinto, desconocido para nosotros, pero todos los vivimos desde la dinámica de la escucha”, concluyó el Hermano Claudio Pumarino, ofm.