Hermana Pilar Plaja: “Lo mejor es que Dios me eligió y he seguido siendo su predilecta”

La Congregación de Hermanas Franciscanas de la Inmaculada cumple 90 años de vida religiosa en nuestro país y en voz de la Hermana Pilar Plaja, repasamos estas nueve décadas de amor y entrega hacia los más pequeños y desvalidos. “Quiero que seamos actualmente, una mesa para todos como dice la canción. Un país donde todos podamos estar”, es el mensaje de la religiosa.

Si hablamos de la Hermana Franciscana Pilar Plaja (85 años), hay que hablar de una mujer religiosa, profesora de educación diferencial de niños sordos, profesora de religión y alguien que ha desarrollado su labor de docencia, humanitaria y espiritual en América por más de medio siglo. Aquí, un poco más de la vida de una mujer extraordinaria y por sobre todo, Hija de Dios.  

¿Qué la llevó a optar cuando decidió ser religiosa, por la Congregación de Hermanas Franciscanas de la Inmaculada?

“Yo me crié desde muy pequeña en un colegio de religiosas, y después de una edad adulta o juvenil, tenía muchas jornadas y retiros. Eso me inquietó por la actitud de las hermanas que tenían muchas misiones con los gitanos, psiquiátricos, hospitales y nos llevaban a experiencias personales con ellos. Bueno, yo consulté un sacerdote y me dijo “mira, yo te voy a mandar a otra religiosa que conozco Franciscanas muy amorosas”. Y me llevo y me cautivaron, primeramente, porque vi como hacían hablar a los sordos y se puede decir, ver a los ciegos. De ahí, dije este es mi lugar, aquí me quedo”.

¿Qué ha sido lo mejor y lo más complejo al estar toda su vida en la Congregación de Hermanas Franciscanas de la Inmaculada?

“Lo mejor es que Dios me eligió y he seguido siendo, creo, su predilecta. Su amor cada día lo siento y por eso me hace seguir siendo Franciscana de la Inmaculada. También algo muy importante que agradezco al Señor, es que, a mis 23 años, me mandaron a América y hasta ahora permanezco aquí. Lugares que han sido de crecimiento personal, espiritual y como mujer. Lo más complejo es cuando tú te vas acostumbrando a la misión, a las fraternidades y te dicen que te necesitan en otro país, en otro lugar. Eso para mí fue y es complejo, porque creas lazos de amistad, de comunión con tu fraternidad y con el pueblo, con la gente que tu trabajas y al decirte que te vas, se rompe el corazón. Por lo menos eso me pasa a mí, dejas algo que adoras, que has dejado tu vida y eso te duele, pero también a la vez, te hace crecer y madurar y no acomodarte a los lugares donde te mandan, es decir, salir de ti misma y entregarte a otros, porque para eso me he metido religiosa, para darme al mundo no solamente a una parcelita chica”.

Su llegada a Chile, precedió una serie de otros países. Cuéntenos, ¿cómo fue esa travesía hasta llegar a nuestro país?

“Mis primeros votos fueron el 24 de septiembre de 1959, y al día siguiente, me llamaron y me dijeron que estaba destinada a América y me dijeron a Venezuela. Yo salté de gozo y de alegría, porque lo que quería era saltar el charco y marcharme a misiones, pensando que era la India. Recuerden que, en aquel entonces, casi no había teléfono, comunicaciones al exterior y para mí, era cruzar un mar dónde me llevaba. Esa noche no dormí de alegría y de ilusión y le pedí al Señor que realmente fuera una verdadera misionera. Llegué a Venezuela y allí estuve nueve años en un colegio especial para niños sordos con internado. Después me mandaron a Chile, al colegio de sordos ubicado en Gran Avenida, el colegio Purísima para niños sordos, también con internado, donde había niños del norte y del sur, y ahí estuve varios años.  Después me mandaron nuevamente al Perú, al norte a Piura, a un colegio de niños sordos y ciegos. Después nuevamente regresé a Chile, donde también estuve en un colegio de sordos. Después me mandaron a Pelluhue y esa fue la misión especial, porque fue una experiencia pastoral con los pescadores. De verdad que ahí me enamoré nuevamente, estaba enamorada de los sordos, pero aquí me enamoré de estos pescadores. El sacerdote me decía encárgate de ellos, que eran rudos, que les costaba mucho lo pastoral, pero para mí fue una ilusión, una alegría de estar con ellos. Todos los jueves venían a la Pastoral, porque sus hijos iban a hacer la Primera Comunión. Nos reuníamos 15 familias, no fallaron nunca. Venían peinados, arreglados, con una alegría inmensa. Como estímulo y para hacerlos sentir niños, yo compraba caramelos y cuando terminábamos las charlas, le tiraba los caramelos y se tiraban como niños pequeños al suelo. Después de Pelluhue, también ahí se abrió una sala especial en un colegio de varones en Cauquenes y la municipalidad me llamó para que me encargara de esos niños sordos que estaban dispersos por varios pueblos. Allí formamos una bula, pero como yo sabía que sólo estaría dos años, preparé a una profesora básica y después cuando me fui, quedó ella. Regresé a Santiago y me mandaron a Combarbalá, otra misión maravillosa, porque fui pastora, medio sacerdote que digamos, porque el sacerdote que estaba, trabajaba en la Universidad de La Serena y yo me tenía que quedar haciendo bautizos, responsos a los difuntos, yendo a casi 40 capillas y muchas caminando dos horas por los cerros, pero yo fui la mujer más feliz. Iba cantando salmos, me dolían los pies, gasté mi voz, por eso tengo mi voz cascada, porque gasté mi voz en los sordos y en la gente. Estoy feliz de qué mi voz esté así, porque me entregué y me di lo mejor que pude. Soy feliz”.

En su opción de servicio, Dios la llevó a trabajar con personas sordas para que ellas, en medio de su incapacidad auditiva, también pudieran sacar la voz y poder hablar. En ese sentido, ¿qué ha significado para usted dar su vida por las personas que no pueden oír?

“Cuando en una familia común y corriente, su hijo le dice papá o mamá como sus primeras palabras, al papá se le cae la baba. Imagínense aquellos niños que no podían hablar, sino sólo balbucear y que llega un día o un mes, y les dice “papá”, “mamá”, eso es una ilusión inmensa y después, aprender vocabulario, conversar, poder leer a los labios, eso se llama lectura labial. En sexto básico, muchos de nuestros niños pudieron integrarse a colegios común y corrientes. Hay algunos que han entrado al DUOC y a la universidad. Eso es una gran satisfacción, no sólo para nosotras, porque estamos para eso, para dar, no para recibir aplausos ni flores, sino para entregarnos. Pero para los padres es una gran satisfacción, porque tener un niño diferencial es muy complicado y allí entran muchos problemas matrimoniales. Entonces, nosotros hemos sido muy felices, porque hemos sido capaces de entregar a esos niños a la sociedad, porque sabemos que la sociedad es muy discriminatoria”.

¿Y cómo era el mejor método?

“Antiguamente no había aparatos auditivos, entonces había un espejo muy grande en la sala donde tú ponías al niño al lado de ti, y tú le tomabas la mano y le decías con un papelito “papá” una, dos, tres, cuatro veces y para decir “mamá”, ponías la manito en la mejilla y le decías “mamá” y se producía una vibración. Eso podía ser una mañana, dos mañanas. Después nosotros nos conseguimos el primer equipo- nos regaló una señora chilena que vino de Francia-. Era un aparato y se llamaba el método verbo tonal, que eran como relojes que vibraban y allí era más fácil para ellos, porque era como un baile, como moverse. Era más fácil sacar la voz. Llegamos a tener aparatos para todas las aulas y eso facilitó, no solamente nuestra voz, sino también la voz de los niños, mucho más suave y no tan forzada”.

¿Cómo quiere que la recuerden?

“Jesús preguntó a sus amigos “qué dice la gente que soy yo”, y si ustedes me preguntan a mí, eso es muy complejo. Pero les voy a decir algo, me gustaría que dijeran que Pilar era una mujer comprometida con Dios en la medida de mis posibilidades y comprometida con los hombres”.

¿Qué mensaje daría para la vida religiosa?

“Nuestra fundadora, la madre Francisca, decía “qué Dios sea nuestro único tesoro” y eso pienso para cada una de nosotras las religiosas en Chile. Si Dios es nuestro tesoro, tendremos que salir de nuestra zona de confort para darnos y entregarnos a aquellas personas que esperan de nosotros lo mejor de nosotras mismas. Darnos, gastarnos por la gente que nos necesita”.

¿Qué siente cuando logra que un niño pueda hablar?

“Siento que soy un poco como Jesús. Jesús hacía hablar a los sordos y ver a los ciegos. Yo creo que el sentirse parte de esa obra de Jesús, es lo que hace que uno siga, uno camine, porque puede. Yo a mis 85 años, quiero pedirle al Señor que no me canse jamás de hacerlo presente a Él en mi vida y en la vida de los otros”.

Finalmente, ¿a quién quiere agradecer?

“Bueno, es una entrevista breve, porque mi vida- imagínese- entré a los 23 años y tengo 85, por lo tanto, está llena de riqueza, de pobreza también, de experiencias maravillosas. Quiero agradecer a mi congregación por darme, creo que soy lo que soy por mi congregación, por mi comunidad, y también por las personas que me rodean. A mis Hermanos Franciscanos que siempre hemos sido muy amigos, hemos compartido nuestra vida y eso nos enriquece como mujeres y yo creo que a ellos también. Gracias a todas las personas que comparten con nosotras nuestra vida y nuestra espiritualidad. Gracias a todos los países donde he estado: Venezuela, Chile y Perú, porque para mí, América ha sido maravillosa, me ha enriquecido y quiero que seamos actualmente, una mesa para todos como dice la canción. Un país donde todos podamos estar”.

Las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada fundada por la Venerable Sierva de Dios Madre Francisca Pascual Doménech en Valencia (España) en 1876, son mujeres que han escuchado a Dios, y seducidas por El, se han fiado, disponiéndose a su servicio, como Franciscanas de la Inmaculada. El anhelo del bien, núcleo de su carisma, está vivo en sus corazones y tratan de vivirlo y de difundirlo desde diferentes ámbitos, teniendo presente como decía su fundadora Madre Francisca, que “el Amor de Dios que no se expansiona, es una tragedia”.