Estimadas Damas pobres de Santa Clara, ¡Que el Señor os de Su paz!
“¡Oh Señor Dios! Aquí me han dejado sola contigo, en este lugar”. Probablemente habéis reconocido en este grito la expresión de abandono que brota del corazón de nuestra Madre Santa Clara en aquella noche de Navidad del 1252[1]ahora que, inmovilizada a causa de su grave enfermedad, no podía unirse con sus hermanas para celebrar el Nacimiento del Señor. ¿Cómo no ver en transparencia el lamento de Jesús durante su agonía en el huerto de los olivos? ¿Y la de tantos hermanos y hermanas nuestros que, amenazados por el Covid-19, sufren un aislamiento tan angustioso para el corazón humano? En esta noche, Clara vive el drama de la soledad: Francisco, quien era su único consuelo después de Dios[2], ha muerto; los hermanos están en conflicto; ella misma se encuentra sola, con el peso de sus enfermedades. Es esta soledad la que ella presenta al Señor, y Dios le da el consuelo de escuchar los himnos cantados por los hermanos en la Basílica de San Francisco.
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