
Hermanas y hermanos de la Familia Franciscana
¡El Señor resucitado les conceda su paz!
Queridos hermanos y hermanas, el Señor resucitado es el centro del Misterio y tiempo pascual, y de toda la vida misionera de la Iglesia, como de la vida de cada una de las fraternidades y expresiones carismáticas de la Familia Franciscana.
El Evangelio del Tercer Domingo de Pascua (Lc 24, 13-35) nos regala al que vive para siempre como forastero en el camino de Emaús; que ayuda a los dos discípulos a hacer la experiencia del Resucitado y en nuestro tiempo se hace facilitador de camino para nosotros y para nuestras fraternidades, para que, al igual que en Emaús, en Galilea, en Jerusalén, en nuestra casa, en cada lugar donde estamos, podamos, de igual modo, hacer experiencia del Resucitado, dejándonos resucitar y transformar por su vida entregada para la salvación del género humano, y lo más Bello y lleno de Verdad, que como nos dice el apóstol Pablo: “…en Cristo todo se recapitula” (Ef 1,9-10).
Estamos ciertos de que en este contexto de crisis social, eclesial y sanitaria, con medidas como restricciones, cordones sanitarios, cuarentenas, con toque de queda a nivel nacional, donde la vida se desarrolla más hacia adentro, habrá un poco de miedo, de angustia, de silencios, y sobre todo, esperando que esto pase pronto, pero también podemos decir y creer que, de la mano del misterio pascual de Jesús, se están desarrollando de alguna manera nuevamente en cada hermano y hermana, espacios nuevos de encuentro, de diálogo para conocernos mejor, para crecer en confianza y cariño, así como para valorar y renovar el carisma franciscano que compartimos, y que se nos constituye en vocación y misión. Seguramente para pocos o muchos, los que no están acostumbrados, ha significado realizar oficios de casa como lavar, cocinar, planchar, hacer los aseos y otros. También, lo más probable es que en este tiempo han brotado en su interior como en las fraternidades nuevas preguntas y problemáticas que exigen respuestas diversas. Que Dios nos regale su gracia, el coraje suficiente y el discernimiento fraterno, para ser osados ante reacomodos, como movimiento del Espíritu Santo.
La crisis sanitaria que nos aflige deja ver con más claridad la fragilidad y las inequidades de nuestras estructuras sociales, políticas, económicas, y de nuestro sistema y políticas de salud, pero también hay señales claras de los esfuerzos que el Gobierno, los privados y la Iglesia hacen para resguardar la vida de todos y hacer lo posible para que la pandemia no avance, y que, por lo demás, -como se ha dicho en todos los tonos-, el mejor remedio es apelar al cuidado y responsabilidad personal. Como nos lo ha recordado el papa Francisco: “Todos somos frágiles, iguales y valiosos. Que lo que está pasando nos sacuda por dentro. Es tiempo para eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad”.
Los integrantes de la Directiva de la Familia Franciscana, por medio de estas letras, queremos hacernos cercanos a cada uno de ustedes, para que este tiempo signifique para todos, agradecer a Dios por el don de la vocación, por la vida franciscana en sus diversas expresiones, por el servicio generoso y atento a los más pobres y necesitados.
Es cierto que no es fácil estar encerrado en casa, en cuarentena, más aún cuando los espacios son reducidos. Esto es más complejo aún para los que no tienen casa, los que viven en situación de calle. Les invitamos a cuidarse y a descubrir que este periodo es de igual modo un tiempo fuerte de misión fecunda: ser capaces de orar la realidad, de leer con más amor la Palabra de Dios para que al igual que los de Emaús, arda nuestro corazón, cultivar un diálogo más profundo entre los hermanos, colocar más ternura en nuestras relaciones familiares y, Dios quiera, que podamos pensar que ya no seremos los mismos, o más bien, no podemos ser los mismos, porque el mundo ha cambiado, nuestras ciudades han cambiado, la vida cambió, un virus microscópico nos resitúa, nos encierra, nos moviliza; pero lo importante es que en esta coyuntura de crisis social, sanitaria, Dios nos habla y nos puede hacer volver a lo esencial si es que queremos y, como Familia Franciscana, ser grandes defensores de la vida humana en todas sus formas, de los excluidos y de la casa común, nuestra madre tierra.
Cuídense, hermanos, porque el futuro que vendrá exige nuestra presencia y aporte franciscano y que podamos pensar el futuro con creatividad, libres de alienaciones para ser y hacer posible el Reino de Dios.
Nuestras palabras de despedida sean para invocar a María con palabras de nuestro Padre san Francisco: “Salve, Dama Santa, Reina Santísima, oh María, Madre de Dios que eres Virgen hecha Iglesia…” (SalVir).
Fraternalmente,
Hno. Miguel Ángel Ariz, ofmcap
Hna. Patricia Báez, fmj
Hno. Jakobus Ginting, ofmconv
Hna. Vicenta Sebastián, hfi
Hna. Marcela Uribe, fmsc
Hno. Isauro Covili Linfati, ofm – Presidente de la Familia Franciscana