Con humildad les comparto esta reflexión, en la que no pretendo construir un correlato que nos lleve a evadir la realidad, ni a verla con desesperanza, y menos aún a espiritualizar. Más bien, tengo la convicción que una mirada integral es lo que necesitamos, contemplando esta pandemia dentro de un todo. Por eso, lo primero es solidarizar con aquellas familias y personas que han perdido un ser querido o que sufren por causa de esta enfermedad, y llorar con ellos, pues son parte de nuestra familia humana, y cuando un miembro sufre, toda la comunidad entra en un estado de duelo.
Pueden hacernos creer que la pandemia es un solo un tema sanitario. Pero la verdad, es que pareciera ser una expresión o síntoma, de algo mucho más profundo, esto es, de cómo hemos estado viviendo como humanidad. El hombre de nuestro tiempo ha pretendido: manipular e intervenir nuestro mundo, ha devastado y exprimido la tierra con su ecosistema, y se ha relacionado con las demás criaturas de modo inadecuado; y como todo está unido, es decir, nosotros también estamos conectado y dependemos de nuestra hermana y madre tierra, nos terminamos aniquilando progresivamente a nosotros mismos. En este horizonte, me atrevo a decir que, esta pandemia es un grito más de nuestra casa común, de nuestra casa familiar y de nuestra casa interior.
Estas semanas de cuarentena, sobre todo en China, Italia y España, en que la población se ha paralizado, dejando en un segundo plano la producción industrial, el tráfico de locomoción y los vuelos, se ha observado un drástico cambio en los niveles de contaminación. Por ejemplo, en las observaciones satelitales de la Nasa focalizadas en Wujan y el norte de Italia durante febrero y marzo, se observa que la contaminación disminuyó, mejorando así la calidad del aire. Y esto no es un simple efecto, sino que desde una perspectiva holística corresponde a un grito de nuestra hermana y madre tierra, nuestra casa común, pues ella al parecer necesitaba un respiro. Del mismo modo, no deja de llamar la atención algunas de las hipótesis que vinculan el coronavirus con el consumo de animales exóticos. En el caso que esto fuera cierto, habría que empezar a cuestionar el institucionalizado y desmesurado consumo de carne animal a nivel planetario, ya que si continuamos consumiendo carne salvaje podríamos enfrentarnos a otros virus desconocidos, y a su vez, incrementar la extinción de ciertas especies. Por otro lado, la alta producción de ganado para el consumo humano incide directamente en la atmósfera, debido a los desechos gaseosos de los animales, el metano. Entonces, que más lógico que vincular la crisis ecológico con la pandemia que vivimos. Nuestra casa común está gritando y nos exige un nuevo estilo de vida.
Otra
experiencia que durante estos días se ha viralizado, es la celebración que unos
vecinos en Madrid organizaron para una anciana
que cumplía 80 años y que vivía sola. En la puerta,
los vecinos, le dejaron
un pastel de cumpleaños y luego la invitaron a asomarse hacia afuera por la ventana, para entonarle el cumpleaños feliz. Sobre
todo en Europa y Asía que ya han vivido varios días de distanciamiento social,
estas han sido jornadas para volver y estar en casa, con sus familias, para
aprovechar y recuperar algo que se estaba perdiendo. Por eso, algunos comienzan
a hablar del fin del neoliberalismo, algunas empresas comienzan a hablar de
quiebres económicos, y la caída mundial de las bolsas por el coronavirus tiene
a los economistas y empresarios en una total incertidumbre. Por lo mismo, me
atrevo a pensar que estamos ad portas de un nuevo paradigma existencial, al que se nos está invitando violentamente ir asumiendo. Este paradigma vital
tiene que ver con dar más valor a toda vida, más que al mercado
por sí mismo. En nuestra
casa familiar y
fraterna,
como ocurrió en Madrid, podríamos recuperar este nivel de profundidad
existencial. Es cierto, hay que vivir y para ello necesitamos trabajar y llevar
el sustento a la familia, pero NO de la forma
como se nos ha impuesto
implícitamente, es decir, viviendo
para trabajar y producir. Porque se
nos ha hecho creer que esta es la única
forma de vivir o sobrevivir. Por lo tanto, también podemos decir que lo que vivimos es un
grito más de nuestra casa familiar.
Para quienes somos cristianos y católicos, las medidas de prevención ha llevado a que se cierren los templos para las celebraciones comunitarias de la Eucaristía, los demás sacramentos y diversas reuniones pastorales. Esto sin lugar a duda, ha sido una tristeza, pues nuestra fe tiene sentido cuando es vivida en comunidad- fraternidad. Sin embargo, la contingencia nos está recordando algo esencial para nuestra fe, que si bien los templos están cerrados, la iglesia es cada bautizado y bautizada en el lugar donde está. Por eso, hoy más que nunca la iglesia está viva, cuando el cristiano/a está viviendo su vocación bautismal en su casa y con su familia. En estos días varios católicos clérigos y laicos, han decidido compartir ceremonias religiosas vía on line. ¡Qué bueno! Porque seguimos urgidos por la llamada a estar a tiempo y a destiempo en clave de misión o salida para anunciar la Buena Noticia del Dios de la vida. Pero me atrevería a decir que esta oportunidad de tomar más consciencia de que somos templos del Espíritu Santo, es decir iglesia, tiene más coherencia cuando reconocemos que “nuestras estructuras religiosas organizadas y nuestros esfuerzos pastorales son para muchas personas demasiado complicado, ceremoniosos e indirectos. Los seres humanos, en realidad buscan un contacto simple, espontáneo y directo con Dios” (Francisco Jálics). Además, el hombre moderno se ha cansado de lo tecnificado, agitado y complejo de nuestro tiempo, y por lo mismo, necesitan un camino de fe simple, como el de la oración contemplativa. En otras palabras, el creyente de hoy necesita modos profundos y sencillos para reconocerse habitado y amado interiormente. Creo que aquí esta nuestro desafío más pertinente cómo acompañantes o pastores, el de propiciar para cada creyente un experiencia personal de fe, de modo que la adhesión a la comunidad cristiana no sea solamente por tradición sino sobretodo por una confianza y convicción personal y profunda. Este tiempo que nos invita a quedarnos en casa puede ser una oportunidad para ayudarnos y ayudar a otros a permanecer más en el interior.
Como toda crisis, este es un tiempo de posibilidades que nos puede proyectar a grandes transformaciones transversales, en el ámbito eco-social, familiar e interior. Pero esta transformación dependerá de cuanto nos dejemos afectar por aquello que estamos viviendo. Para esto, necesitamos de una mirada integral que nos sitúe en la actitud correcta, de no sólo preocuparnos de la pandemia por el miedo a ser contagiado, sino de preocuparnos por el modo de vida que hemos adoptado y naturalizado. Debe alarmarnos el hecho de que estamos maltratando la creación, de que vivimos en un sistema capitalista que ha destruido el valor de la convivencia humana, gratuita y fraterna, y por último, debe alarmarnos el hecho de que a veces nuestras prácticas religiosas apuntan más a un utilitarismo pastoral en desmedro del silencio mistagógico que conduce hacia el misterio interior que habita en cada creyente.
Paz y Bien
Fr. Luis Cisternas Aguirre, ofm
Casa de Jóvenes San Felipe de Jesús- Santiago de Chile.