
Los valores carismáticos de nuestra vida franciscana nos permiten comprendernos siempre comprometidos con la historia, involucrados en los procesos sociales, sin marginarnos, sino sentirnos compañeros de camino, cada día con los que sufren, cuyos clamores de mayor justicia, paz e igualdad; abogando por una cultura sin abusos, que cuide mejor la vida y la dignidad de cada persona, claman al cielo. En estos meses, desde el 18 de octubre recién pasado, pareciera que como Iglesia hemos tenido dificultades para escuchar y saber leer lo que nos pasa.
Quiero destacar dos situaciones puntuales:
- Nuestra Iglesia de San Francisco, en el centro de Santiago, ha sido testigo desde los inicios, de la importancia de la vida y de la muerte, de situaciones de alegrías y de esperanzas, que han animados por más de 400 años el corazón de hombres y mujeres que han pisado esta tierra.
En estos meses he compartido
situaciones en varios momentos, como lo ha sido en otros periodos; los muros de
nuestro templo han sido la pizarra del pueblo; en ellos se han expresados:
rabias, descontentos, reclamos, resentimientos y también esperanzas; contra
todas las Instituciones, entre ellas también la Iglesia; todas ellas
desacreditadas en el contexto actual. Recuerdo
algunas expresiones tales como: ¿Dónde está la Iglesia?, ¿El silencio de la
Iglesia nos mata? Trato de leer en ellas que el movimiento social tenía
esperanzas en la Iglesia, de sentirla cerca, empática, fraterna, escuchando el
dolor y ayudando para que todas las situaciones de violencia y destrucción
fueran siendo canalizadas hacia caminos de paz y de diálogo; y si bien es
cierto que los pastores de la Iglesia
han escrito algunas declaraciones y ha habido también presencia de la vida
religiosa y franciscana, la gente en general no han sentido una presencia
cercana de los pastores a la hora de tratar de responder las interrogantes.
Pareciera que semejantes preguntas aun esperan respuesta de presencia empática
y misericordiosa.
- El día 14 de enero en el Templo de la Recoleta franciscana, con motivo de la celebración del recuerdo de la Pascua del Venerable Fr. Andresito, tan querido por el pueblo de Dios y por los sencillos, tuve un encuentro fraterno, cercano, con dos jóvenes un tanto temerosos por lo que vivieron en la catedral de Santiago el día que asumía Mons. Celestino como Arzobispo de Santiago, pero también confiados por el espacio de Fr. Andresito, lugar del encuentro. De ellos, puedo manifestar que son jóvenes de esfuerzo, universitarios, de comunidades cristianas, del movimiento de Jufra algunos años, cuya motivación no fue otra que llamar la atención y llevar al altar la realidad de la calle, la represión, las bombas lacrimógenas, los acontecimientos vividos durante estos meses en la Plaza Italia o de la Dignidad.
Seguramente algunos podrán pensar que hubiese sido bueno que la idea se hubiera dialogado, que la hayan hecho presente antes y así se hubiera entendido el mejor signo y se podría haber integrado este aspecto a la celebración. Pero lo que ha ocurrido y la forma de cómo se desarrolló, manifiesta por un lado la falta de empatía por parte de la Iglesia, la violencia excesiva ejercida sobre estos jóvenes y al parecer, el miedo presente en los Ministros. Les puedo decir que después de un buen tiempo de diálogo, Pablo y Emilio, son dos jóvenes que tienen un buen corazón, que no les asistió ni les asiste un mal deseo, que son miembros de la Iglesia, que quieren verla más cercana a lo que viven miles de jóvenes como ellos. Terminamos este encuentro elevando una oración por ellos y por todos.
Manifiesto nuevamente que los Hermanos franciscanos, seguiremos rezando por el entendimiento, por la paz, por la mayor equidad y para que cese la violencia y la represión. También seguiremos en nuestras presencias acompañando y posibilitando espacios de encuentro y reflexión, apoyando de manera sencilla las demandas sociales, las cuales son expresiones del Reino de Dios que Jesús vino a inaugurar, y que muchos jóvenes, sin indiferencia, al igual que Pablo y Emilio, añoran, de cara a una mejor sociedad para todos y no para unos pocos.
Fr. Isauro Covili Linfati,ofm – Ministro provincial