
Corría el siglo XVII cuando el Rey Carlos IV emanó una ordenanza a América en la que se establecía el toque de las campanas de las Iglesias en la conmemoración del Día de todos los Santos, para recordar y orar por quienes han dejado la vida terrenal.
Durante años, todos los templos católicos de Santiago, replicaban de forma simultánea los campanazos, comenzando a las 2 de la tarde del Día de todos los Santos, generando una especie de acorde entre las campanas con una intermitencia de cuatro minutos, que se extendía por dos días.
Tradición religiosa que este año se reanudó en el Templo de San Francisco de Alameda, que este 2018 celebró sus 400 años de historia, gracias a la iniciativa del grupo de “Campaneros de Santiago” y apoyados por los frailes Franciscanos.
Así, el pasado 1 y 2 de noviembre, la sonoridad del toque de las campanas hizo eco en las calles del centro de la capital, con la finalidad de recordar los difuntos y orar por ellos.
“Para nosotros, esta es una oportunidad para recuperar una solemnidad de la colonia. Tratar de poder recrear una sonoridad de la ciudad que se había perdido hace mucho rato, es un gran privilegio, sobre todo en esta Iglesia que es tan importante”, comentó Eduardo Sato, director de la agrupación de campaneros.
Agregó que “en esta ocasión nosotros lo dedicamos a la memoria de nuestros propios difuntos, pero especialmente a la memoria de los hermanos franciscanos que han fallecido”.
Las cuatro campanas de la Iglesia San Francisco, la más antigua del país, comenzaron a sonar a las 2 de la tarde del Día de todos los Santos, de forma continua hasta las 20 horas, y continuando el Día de los Muertos Difuntos desde las 9 de la mañana hasta el mediodía.
Las campanas litúrgicas del templo de calle Alameda, tienen un gran valor patrimonial. La más antigua de ellas, fue fundida en 1750, mientras que la más grande llamada “Nuestra Señora de Purísima y Nuestro Padre San Francisco, pesa casi 3.990 kilos.