La riqueza de la Palabra que nos ha sido dada ilumina providencialmente el camino conclusivo de nuestro Consejo Plenario. Reitero lo que he dicho hace dos días; es decir, que esta celebración eucarística, este momento sacramental, debe animarnos para ir y contar todo lo que el Espíritu del Señor nos ha comunicado, junto con las experiencias significativas de encuentro e intercambio que hemos vivido aquí.
De la Palabra que acabamos de escuchar, quisiera retomar dos expresiones que considero esenciales: Hacer Memoria y Buenos frutos, para luego haceros una fraterna invitación.
Hacer Memoria: El mensaje de la primera lectura nos ubica en un momento decisivo y altamente significativo para la historia del pueblo de Israel. Hablar del rey Josías significa hablar de un personaje que logró llevar a cabalidad lo que tantos otros ni siquiera consideraron pues, como dice el texto, nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro cumpliendo lo prescrito en él. El hallazgo del “Libro de la Antigua Alianza” es un evento que indudablemente marca un momento primordial de restauración no solo a nivel cultual sino también la dimensión profunda de fe del pueblo. El templo, símbolo para quien se reconoce perteneciente a un único Señor, exige por parte del rey una urgente restauración para que no se convierta en ruinas. Sin embrago, llama profundamente la atención el hecho que, frente al hallazgo del libro, el pueblo entero experimenta una cierta sorpresa o estupor cuando comprende que éste contenía todo aquello que debieron haber observado pero que, por el contrario, descuidaron a tal punto de vivir una fría y distante relación con Dios, de alguno modo, motivada por la conducta de los predecesores del rey Josías.
El episodio de hoy narra entonces una bellísima obra de restauración que va más allá de las paredes de un edificio sacro. Se trata del templo del corazón que requiere una urgente reparación, la cual se traduce en adhesión amorosa a la Palabra viva y eficaz de Dios que, a su vez, debe ser releída y asumida con gran emoción y alegría. Este pueblo de dura cerviz (cf. Es32,9) necesita hacer memoria del momento en el cual el Señor tomó la amorosa iniciativa de conducir a Abrahán a aquella tierra que mana leche y miel y donde establece la primera Alianza; un pacto que se confirma posteriormente y de una vez por todas, por medio de Moisés en el Sinaí. El distanciamiento, el cansancio, el desinterés conducen fácilmente a olvidar el momento fundacional en que Dios ha dicho solemnemente: vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios (cf. Lv26,12). Así, el Señor suscita en Josías una actitud que le da autoridad para conducir la vida de fe del pueblo. De hecho, el texto dice que, después que el rey escuchó las palabras del libro, subió al templo, acompañado de todos los judíos y los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, chicos y grandes.Les leyó el libro de la alianza encontrado en el templo del Señor.
Buenos frutos: El texto evangélico de Mateo destaca una clave útil de discernimiento:Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos, figura que Jesús usa para advertir a sus discípulos sobre los llamados falsos profetas. El Sermón del Monte, que hemos venido escuchando por estos días, está llegado a su conclusión y es necesario que Jesús prepare a sus discípulos para combatir contra la hipocresía y la falsedad que, por lo que parece, eran actitudes difundidas dentro y fuera de la comunidad creyente. La palabra frutoaparece en directa relación con la verdad y se refiere las obras buenas o justas que el discípulo cumple cuando escucha la voz del Señor. Jesús no tolera la actitud de los falsos profetas no sólo porque sus palabras no están en sintonía con la verdad, sino sobre todo porque ponen en riesgo la integridad de la comunidad. Jesús anima a la comunidad para que sea vigilante a la hora de discernir con criterios fundados en la Palabra de Dios. La pregunta que podríamos hacer al texto es: ¿cuáles son los frutos que nos permiten reconocer al verdadero discípulo de Jesús? La respuesta ya la ha dado el mismo Señor a lo largo del discurso del Monte: la acogida abierta de las bienaventuranzas, el perdón y el amor hacia todos especialmente a los enemigos, el dar sin recibir nada a cambio, la oración, el no hacer juicios condenatorios. El auténtico discípulo de Jesús, aquel que es profeta de la verdad, jamás dejará de producir frutos, porque no podrá actuar o hablar si no es a la manera de Jesús.
Invitación
Queridos hermanos, el Consejo Plenario ha sido, sin lugar a dudas, un espacio de gracia para escuchar la voz del Espíritu que ha hablado a nuestro corazón. Como a Josías y a todo el pueblo, el Señor hoy nos invita contundentemente a buscar, con diligencia, aquel libro que tal vez se nos ha perdido o que se encuentra guardado en algún cuarto lleno de polvo. Este libro, para nosotros frailes menores no es otra cosa que la Vida y Regla; es decir, el Evangelio de Jesucristo que es la misma persona de Jesús, el cual ha inspirado a Francisco y sigue haciéndolo hoy entre nosotros. Durante el desarrollo del CPO hemos retomado varias veces la bella frase del Apocalipsis 2,4 retornar al amor primero; bien, pienso que el Señor actualiza para nosotros este mensaje. Cuando el rey Josías se da cuenta del contenido de aquel libro, cumple una serie de signos penitenciales que demuestran cuán afectado estaba después de tal hallazgo. Sería muy conveniente si nosotros también adoptamos una actitud penitencial que nos permita sanar la amnesia que como Orden y como consagrados nos ha llevado a olvidar el amor primero. La interpelación de la Palabra es radical, tenemos que colocarnos en camino para seguirle y cumplir sus preceptos, normas y mandatos, con todo el corazón y con toda el alma…Abramos nuestro corazón a la voz del Espíritu: solo así podremos producir buenos frutos no por nuestro mérito sino gracias a la bondad del Señor.
En estos días hemos tenido la oportunidad de redescubrir la fecundidad con la cual el Señor nos bendice: nuestra identidad carismática franciscana, por medio de la cual Él sigue obrando grandes maravillas en la Iglesia y en el mundo valiéndose de nuestra colaboración.
Queridos hermanos, demos gracias al Señor que seguirá haciéndose presente en nosotros y por medio de nosotros, ayudándonos a hacer memoria de lo que somos y a producir frutos buenos. Tal vez la incertidumbre o el miedo toquen a las puestas de nuestro corazón, no temáis hermanos, el Señor nos conducirá al lugar donde todo tuvo inicio (cf. Mt28, 10) y nos dará la gracia de redescubrir las bondades del primer amor y la gracia de los orígenes. Con esta convicción os deseo un feliz regreso a vuestras entidades, con la certeza que el Espíritu del Señor ahora hablará por medio de vosotros.