Resucitados en el amor misericordioso: Mensaje de JUFRA – Chile

Estimados jóvenes,

Hermanos y hermanas de JUFRA Chile,

 

Todos nos hemos sentido en algún momento fascinado y atraído por alguien en nuestra vida (un artista o escritor, nuestros padres, un amigo, un abuelo, un profesor, un sacerdote, etc). Ese sentimiento surge cuando alguien nos impacta, nos sorprende, cuando alguien ha sido capaz de tocar nuestras fibras, nuestra realidad personal más profunda. Podríamos decir que algo semejante le sucedió a María Magdalena (Jn 20,11-18), a quién una antigua tradición (Anselmo) la vincula a la mujer pecadora de Lucas 7 que unge los pies de Jesús. María de Magdala, está llorando fuera del sepulcro, por la ausencia del cuerpo de Jesús. Esta actitud hace pensar que el maestro no es cualquier persona en su vida. Sobretodo, si la vinculamos con la mujer pecadora, que fue perdonada y amada por el Señor.

Por esta razón, frente a la pregunta delos ángeles “¿por qué lloras?, ella les respondió: porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Estas palabras tremendamente sentidas de María, denotan una tremenda pertenencia de ella para con Jesús. Sin el maestro nada será igual para ella. Después al aparecerse Jesús, ella no lo reconoce, y él le pregunta “¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”, ella pensando que era el encargado del Huerto, le responde: “Señor, si tu te lo has llevado, dime dónde lo has puest12321210_1213868515304241_3513954795146510488_n o, y yo me lo llevaré”. Jesús le dice: María. Ella se vuelve y le dice en hebreo: Rabbuní- que quiere decir: Maestro-. Dícele Jesús: No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete dónde mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. La muerte de Jesús ha sido también la muerte de María de Magdala, por eso no puede reconocer al Señor, quién le pregunta sobre sus búsquedas, para recordarle que su dolor es siempre menos que la persona amada, Jesús, y ese dolor no puede ejercer poder sobre Jesús. Por eso, en ese momento en que la mujer puede expresar lo que anhela, comienza a superar la tiniebla que envolvía su corazón y mente; para luego llegar al momento en que Jesús la llama por su nombre, resucitando a María, y haciendo que ésta nuevamente recupere su dignidad de mujer, pues sólo el Señor es su dueño y la conoce, y por eso, es el único autorizado para llamarla por su nombre. De esta manera, ser reconocida le permite reconocer a su maestro. La buena noticia de la resurrección alcanza su cumbre, en las palabras del Señor a María de Magdala ya que resucitar nos permite vivir y experimentar lo central de la vida, esto es, la paternidad de Dios Padre. Ya no somos esclavos, ni siervos sino hijos amados de Dios Padre en Cristo, su Hijo único.

La mayoría de las veces nuestra vida esta habitada por un sepulcro, un lugar de muerte y cerrado. Afuera de aquel lugar vamos a llorar las ausencias de aquel sepulcro, porque muchas de las cosas que lloramos tienen que ver con aquello que no tenemos y quizás no tendremos jamás. En otras palabras y desde otra perspectiva, quizás no sean ausencias pero si presencia de situaciones, heridas o historias que significan muerte en nuestra vid12718396_1213868505304242_4180790138292838169_n a. Para resucitar, debemos pasar por el sepulcro interno. Pregúntate: ¿por qué lloro? ¿Qué me hace sufrir? ¿Cuáles son aquellas zonas cerradas que necesitan de la luz pascual? Todo lo anterior, no es para sufrir más de lo que muchas veces la vida nos ha traído, sino todo lo contrario, para ser libres y plenos, hombres y mujeres jóvenes resucitados.

Luego de la pregunta por el llanto, Jesús le pregunta: ¿a quién buscas? Podríamos decir que no se queda en el dolor del duelo sino que la hace pensar en la persona ausente. ¡Qué hermosa pedagogía! Nuestros sepulcros nunca son más que Jesús, pues Cristo ha vencido toda muerte y esclavitud, todo llanto y dolor, toda herida y miedo. Esta victoria no es ausencia de muerte en nuestra vida, sino garantía esperanzadora de que todo con Cristo puede ser diferente, para así un día, en la eternidad, vivir plenamente felices. Por eso, joven de JUFRA a tus miedos lleva a Jesús, a tus heridas lleva a Jesús, a tu sepulcro lleva a Jesús… deja que entre a tu vida, el que muchas veces golpea tu corazón.

Esta experiencia de encuentro entre nuestro sepulcro y el resucitado, nos posibilita participar de la resurrección del Señor, en otras palabras, ser lo que realmente somos. Jesús llama a María por su nombre, y ésta lo reconoce, pues resucitar es salir de la oscuridad que no nos permite ver la realidad, para vivir desde lo que Dios ha pensado para cada uno. Porque lo que nos define por antonomasia es que somos amados, y por tanto personas bondadosas y capaces de amar. Nadie puede considerarse maldito y desgraciado ya que ante todo somos hijos de Dios. En definitiva, ésta será la buena noticia que Jesús explicitará a María de Magdala, que su Padre que es Dios es también nuestro Padre Dios. Cuando sufrimos por lo que no tenemos o por aquello que nos estorba, podemos confiar en un Padre-Madre Dios, que nos abraza en nuestra fragilidad, para desde ahí amarnos y liberarnos. Esta es la mayor riqueza que podemos tener.

Esto12143225_1213868508637575_8775665970287252330_n me recuerda al joven Francisco de Asís, buscador de fama, riqueza, prestigio y clase. Sin embargo, Dios le sale al encuentro por medio de un sueño y la enfermedad, para mostrarle que todo aquello que busca no podrá satisfacer el deseo que siente. Paradójicamente comienza a sentirse satisfecho en felicidad cuando comienza a dejar las muchas cosas que adornaban y entretenían su vida. En esta pobreza real frente al Obispo de Asís, puede gritar: “Desde ahora diré con libertad: Padre Nuestro, que estás en los cielos”… Francisco es el joven de Asís que lloro fuera de su sepulcro, pero descubrió que el dueño de la vida, era mayor que su miseria, y más aún, era capaz de hacerlo feliz, porque Dios tiene a cada uno una
palabra de victoria, esta es, que somos bienaventurados, hijos amados por Dios, con una fuente de ser, colmada de vida y dones para ofrecer a los hermanos.

Herma72346_1213868551970904_528610568263352634_nno y hermana joven, resucitar es ser amado intensamente por Dios, y Dios nos ama sobretodo en nuestra fragilidad, pues aquello necesita de su amor. Alégrate, si Jesús ha resucitado ¿Qué nos puede entristecer? Solo déjate amar por el Resucitado, déjate amar en tus miserias, para así abrazar las miserias de nuestros hermanos a ejemplo de aquel que primero ha tenido misericordia de nosotros. En definitiva, esta semana santa, Dios Padre quiere dirigirte una vez más una palabra de amor, un: te amo. Te lo dirá esta semana, y te lo seguirá diciendo, como un enamorado. Dios nos ama apasionadamente, y es ese amor misericordioso el que nos levanta de nuestras muertes y miserias.

 

¡Feliz Pascua de Resurrección!

 

Fray Luis Cisternas, ofm.

Asistente Jufra