Mensaje del Santo Padre a los participantes en el Capítulo General de la Orden de los Frailes Menores

¡Queridos hermanos!

Saludo con afecto a todos los que participáis en el Capítulo General de la Orden de los Frailes Menores. Mi agradecimiento al P. Michael A. Perry, que ha concluido su servicio como Ministro General, y mis mejores deseos al P. Massimo Giovanni Fusarelli, que ha sido llamado a sucederle. Extiendo mis saludos a todas vuestras comunidades del mundo entero.

Desde hace muchos meses, a causa de la pandemia, nos encontramos viviendo situaciones de emergencia, aislamiento y sufrimiento. Por un lado, esta experiencia crítica nos anima a todos a reconocer que nuestra vida terrenal es un camino que hay que recorrer como peregrinos y forasteros, hombres y mujeres itinerantes, dispuestos a aligerarnos de cosas y exigencias personales. Pienso en vuestras comunidades, llamadas a ser una humilde presencia profética en medio del pueblo de Dios y un testimonio de fraternidad y de vida sencilla y alegre.

En estos tiempos difíciles y complejos, en los que se corre el riesgo de quedar «paralizados», estáis experimentando, a pesar de todo, la gracia de celebrar el Capítulo General Ordinario, y esto es ya un motivo de alabanza y de acción de gracias a Dios. En este capítulo os proponéis «renovar vuestra visión» y «abrazar vuestro futuro». Os guía la palabra de San Pablo: «Levántate… y te iluminará Cristo» (Ef 5,14). Es una palabra de resurrección, que os enraíza en la dinámica pascual, porque no hay renovación y no hay futuro sino en Cristo resucitado. Por eso, con gratitud, os abrís a acoger los signos de la presencia y la acción de Dios y a redescubrir el don de vuestro carisma y de vuestra identidad fraterna y de minoridad.

Renovar la visión: esto es lo que le ocurrió al joven Francisco de Asís. Él mismo lo atestigua, relatando la experiencia que, en su Testamento, sitúa al principio de su conversión: el encuentro con los leprosos, cuando «aquello que le parecía amargo se le cambió en dulzura del alma y del cuerpo» (Test 1-4). En las raíces de vuestra espiritualidad está este encuentro con los últimos y los que sufren, en el signo de «hacer misericordia». Dios tocó el corazón de Francisco a través de la misericordia ofrecida al hermano, y sigue tocando nuestros corazones a través del encuentro con los demás, especialmente con las personas más necesitadas. La renovación de vuestra visión no puede por menos que partir de esta nueva mirada con la que contemplar al hermano pobre y marginado, signo, casi sacramento de la presencia de Dios.

De esta mirada renovada, de esta experiencia concreta de encuentro con el prójimo y sus llagas, puede surgir una energía renovada para mirar al futuro como hermanos y como menores, como sois, según el hermoso nombre de » frailes menores «, que San Francisco eligió para sí mismo y para vosotros.

La fuerza renovadora que necesitáis viene del Espíritu de Dios, de esa «santa operación» (Regla bulada 10:8) que es el signo inequívoco de su acción. Ese Espíritu, que transformó la amargura del encuentro de Francisco con los leprosos en dulzura del alma y del cuerpo, sigue actuando hoy para dar nueva frescura y energía a cada uno de vosotros, si os dejáis interpelar por los últimos de nuestro tiempo. Os animo a salir al encuentro de los hombres y mujeres que sufren en el cuerpo y en el alma, a ofrecer vuestra presencia humilde y fraterna, sin grandes discursos, pero haciendo sentir vuestra cercanía de hermanos menores. A salir al encuentro de una creación herida, nuestra casa común, que sufre de una explotación distorsionada de los bienes de la tierra para el enriquecimiento de unos pocos, mientras se crean condiciones de miseria para muchos. A ir como hombres de diálogo, buscando construir puentes en lugar de muros, ofreciendo el don de la fraternidad y la amistad social en un mundo que lucha por encontrar el rumbo de un proyecto común. A ir como hombres de paz y de reconciliación, invitando a la conversión del corazón a los que siembran el odio, la división y la violencia, y ofreciendo a las víctimas la esperanza que viene de la verdad, la justicia y el perdón. De estos encuentros, recibiréis un impulso para vivir el Evangelio cada vez más plenamente, según la palabra que es vuestro camino: «La regla y vida de los Hermanos Menores es ésta, a saber, guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo,» (Regola bollata 1,1).

Mientras os enfrentáis a los desafíos de la disminución de los números y el envejecimiento en gran parte de la Orden, no dejéis que la ansiedad y el miedo os impidan abrir vuestros corazones y mentes a la renovación y revitalización que el Espíritu de Dios provoca en vosotros y entre vosotros. Tenéis una herencia espiritual de una riqueza inestimable, enraizada en la vida evangélica y marcada por la oración, la fraternidad, la pobreza, la minoridad y la itinerancia. No olvidéis que una mirada renovada, capaz de abrirnos al futuro de Dios, la recibimos de nuestra cercanía a los pobres, a las víctimas de la esclavitud moderna, a los refugiados y a los excluidos de este mundo. Son vuestros maestros. ¡Abrazadlos como lo hizo San Francisco!

Queridos hermanos, que el Altísimo, Omnipotente y Buen Señor os haga ser cada vez más testigos creíbles y alegres del Evangelio; que os conceda llevar una vida sencilla y fraterna; y que os conduzca por los caminos del mundo para arrojar con fe y esperanza la semilla de la Buena Noticia. Por ello rezo y os acompaño con mi bendición. Y vosotros también, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

Francisco