Macarena Gayangos, periodista
Es la primera vez en la historia que estamos tan conectados e informados por las distintas redes sociales y plataformas de comunicación, que hacen que participemos en múltiples reuniones tanto laborales como sociales y también en la participación de misas y retiros.
La participación de laicos en las distintas actividades que realizan parroquias y comunidades a través de las redes sociales han sido muchísimas. Un obispo del sur de Chile comentaba en Radio María: “el domingo tuvimos cerca de mil conexiones en la misa del domingo; nunca habíamos tenido tantas personas participando en una Eucaristía”; es una alegría, pero también un gran desafío para la Iglesia universal.
San Juan Pablo II, en su mensaje para la XXXVI Jornada Mundial de las Comunicaciones, escribió: “Internet es ciertamente un nuevo «foro», entendido en el antiguo sentido romano de lugar público donde se trataba de política y negocios, se cumplían los deberes religiosos, se desarrollaba gran parte de la vida social de la ciudad, y se manifestaba lo mejor y lo peor de la naturaleza humana”; y en ese mismo texto responde el Papa Santo: “Para la Iglesia, el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la gran aventura de usar su potencial para proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa, al comienzo del milenio, seguir el mandato del Señor de «remar mar adentro»: «Duc in altum»”.
Este «remar mar adentro» significará que seminaristas, sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos y Obispos pierdan el miedo al mundo digital para que entiendan sus dinámicas, y además se pueden dejar complementar y apoyar en los laicos con experiencia en el manejo de estas plataformas.
Esta es una gran oportunidad para realizar un trabajo colaborativo entre laicos y consagrados. No se puede perder de vista que el mundo digital es el ambiente natural de niños y jóvenes, y que la Evangelización y misión debe utilizar las distintas plataformas.
Todo lo anterior supone el desafío de que niños y jóvenes no pierdan de vista que nuestra Iglesia se entiende en comunidad, donde nos reunimos para celebrar a Cristo de forma presencial. Es en comunidad donde aprendemos a respetar al otro, a mirar al otro, a amar al otro, a escuchar y acoger al otro; porque de esta manera podremos construir un Chile más fraterno y justo.