No temáis, las tinieblas no vencieron la luz!
[Cf. Mt 28,5; Jn 1,5]
Carta del ministro general de la Orden de Frailes Menores para la Santa Pascua 2020
Queridos hermanos y hermanas,
¡que Cristo, el que Vive, os conceda su Paz!
La celebración de la Pascua en este año tendrá como escenario un mundo traumatizado por la difusión del nuevo Coronavirus. Cientos de miles de personas están infectadas; decenas de miles han muerto; muchos más serán víctimas antes que se pueda desarrollar una vacuna eficaz. No podemos ni siquiera hablar del impacto de este virus en la vida económica local, regional y global. El desempleo está aumentando rápidamente, las familias están obligadas a decidir sobre los alimentos que pueden consumir y aquellos a los que hay que renunciar. Y, por si fuera poco, el virus se está extendiendo en países de África y Asia en donde la mayor parte de las estructuras sanitarias no están suficientemente equipadas para recibir aquellos que caigan gravemente enfermos.
En este camino, Cristo Resucitado se acerca a cada uno de nosotros, iluminándonos con su Palabra y reavivando en nuestros corazones el fuego del primer amor: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32). Este texto sobre la resurrección sirve como una poderosa llamada al amor, a la misericordia y a la cercanía de nuestro Dios en todos los momentos de la vida, sobre todo en los momentos en que la misma vida humana está amenazada. Es ahí que el Señor Jesús hace por nosotros aquello que hizo por sus dos discípulos que iban hacia Emaús con el corazón destrozado, la mente confundida y sin esperanzas. Aquello que habían presenciado en Jerusalén era demasiado apabullante para aceptarlo.
Sin ser reconocido, Jesús se les acerca en su camino, preguntándoles sobre lo que les preocupaba. “¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?” (Lc 24,17). Esta pregunta es más que una simple petición de información sobre la actualidad. Jesús abre una vía de escucha, permitiendo así a los dos discípulos de identificar aquello que les preocupaba verdaderamente: las tinieblas y la desesperación que los horribles acontecimientos de la crucifixión habían traído a su vida. “¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?” (v.18) Mas allá de lo que se puede decir desde el punto de vista bíblico y exegético, la pregunta hecha por estos dos hombres toca el sentido más profundo de la solidaridad humana. El no saber puede ser interpretado, en algunas ocasiones, como un no querer saber. El Papa Francisco lo llama cultura de la indiferencia. Cuando se conoce la verdad sobre algo, se está obligado a actuar de una manera muy diferente, a comprometerse a hacer lo que es necesario y justo para responder a las necesidades emergentes y llevar una vida coherente. Está es la esencia de la conversión: nos llama a despertarnos y a poner en orden nuestras vidas. Requiere que vinculemos nuestra vida con la historia de Dios y una parte importante de esta historia es su permanente iniciativa para atraernos hacia él, para salvarnos, para guiarnos por el camino de la vida en abundancia.
Tal vez animados por este particular compañero de viaje, aquellos dos hombres continuaron a explicar todo lo que había sucedido en Jerusalén. Narraron de qué manera Jesús de Nazaret los habría sacado de su mediocridad, de su falta de claridad acerca de quién es Dios y lo qué pretende al decir para quienes lo buscan con corazón abierto y humilde, fuera de la dependencia esclavista en la cual vivían ocasionada por la ocupación romana (extranjera) y la colaboración de aquellos que se preocupaban únicamente de sus propios intereses personales. “Cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron” (Lc 24,20).