DESDE UN CONFINAMIENTO VOLUNTARIO AL CONFINAMIENTO INVOLUNTARIO

Tiempos difíciles, pero llenos de esperanza

Nadie puede quedar ajeno a la dificultad actual de nuestro mundo. Pandemia ha sido sinónimo de enfermedad, muerte, inestabilidad económica, inestabilidad física y espiritual. Como si esto fuera poco escuchamos la voz de la prudencia que nos llama al autocuidado y a un cuidado caritativo con el prójimo que nos ha llevado a lo que jamás hubiésemos hecho de forma voluntaria en un mundo como el que se nos presenta hoy: “encerrarnos”.

Quizás, como humanidad, nos creíamos fuertes, intocables, y esta pandemia nos ha mostrado el lado amargo de la debilidad; somos seres frágiles que sin la gracia de Dios no podemos nada.

Si damos una mirada hacia atrás a nuestro mundo actual nos daremos cuenta que este último problema se suma a otro que arrastrábamos desde hace mucho tiempo. Hemos ganado considerablemente en adelantos técnicos y científicos, en muchos ámbitos se nos ha facilitado la vida; sin embargo, hemos perdido mucho. Como seres esencialmente llamados a la trascendencia y a la relación hemos perdido la capacidad de asombro, de alabanza, de interioridad. Perdimos la capacidad de volvernos hacia Dios, hacia nosotros mismos y hacia el hermano, transformando las relaciones reales y concretas en relaciones virtuales.

Estamos muy ocupados en tantas cosas…, preocupados por tantas inquietudes, que se nos ha olvidado lo principal, esto es, abrir la puerta de nuestro corazón a la interioridad con Dios. Encerrados en nuestras preocupaciones, hemos puesto innumerables resistencias a abrir el corazón de par en par para que entre Jesucristo. Por mucho que salga el sol, nuestra habitación permanecerá a oscuras si nos empeñamos en cerrar ventanas y cortinas.

Nuestra búsqueda de la felicidad, muchas veces se ha visto truncada por una búsqueda en los lugares donde no se encuentra, nos ha llevado a un vacío y a una falta que muchas veces sólo calificamos de “No sé qué…”.Cuántas veces hemos oído decir:“ Lo tengo todo, pero no sé qué es lo me falta”.

Quizás sea hoy el momento de dar una respuesta concreta a ese “No se qué”. Este tiempo puede ser una oportunidad para ir hacia adentro sin temor porque Dios está adentro no fuera, como fue experimentado por el gran San Agustín: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo”(Libro 7 de las Confesiones).

Hoy podemos encontrarlo en medio de este confinamiento que, por fuerza, nos hemos visto obligados a hacer. Este tiempo puede ser un tiempo de Cruz,-y es que no se puede prescindir del misterio de la Cruz si somos verdaderamente cristianos-. No podemos separarnos de lo que ha sido su camino. Jesús sabe que para ser realmente felices debemos seguir sus huellas.

Hoy vivimos tiempos difíciles. Y en realidad nadie dice que los que vendrán serán mucho mejor que estos o en definitiva más fáciles; es por eso que necesitamos dar sentido y prepararnos a vivir lo que viene, pero de una manera nueva; es hora de que seamos criaturas renovadas que se han dejado moldear por la gracia de Dios. El llamado es a que no desperdiciemos este tiempo de gracia y misericordia.

Un itinerario espiritual que puede ayudar

El encierro no nos es desconocido. Desde nuestra vocación particular de vida contemplativa y en clausura, es algo que vivimos con toda naturalidad: es nuestra vocación limitar nuestro espacio para un encuentro y una entrega total a Jesucristo, dedicándonos ciento por ciento a su seguimiento. Para esta finalidad lo hemos escogido voluntariamente.

Como hijas de Santa Clara, reconocemos como un inmenso don del Padre de las misericordias el hecho de vivir en clausura, en el mismo lugar y con las mismas hermanas, pero con el corazón dilatado hacia el amplio horizonte que es Dios mismo y toda una humanidad sedienta de Él. Nada de lo que sucede en ese amplio horizonte nos es ajeno. Desde el corazón de Dios nos acercamos a las fatigas de todos los hombres y mujeres, a sus sufrimientos, a sus penas y alegrías, a sus esperanzas. En este tiempo de pandemia se nos hace apremiante la llamada a vivir en una total donación al Señor por quienes más sufren a causa de la enfermedad, la soledad o ante la falta del sustento material.

Santa Clara nos invita a mirar constantemente el rostro de Jesucristo, que se ha hecho para nosotras camino a recorrer; camino que nos lleva a profundizar la vida, los acontecimientos, los sentimientos que nos provocan, para iluminarlos desde el Evangelio y dar sentido a la existencia.

Creemos que la pedagogía de Clara de Asís aporta muchos elementos que hoy nos pueden ayudar. Quisiéramos compartir con ustedes algunos de esos elementos en el itinerario del encuentro con Dios, consigo mismo y con los demás.

Tomaremos el texto de la bendición de Santa Clara para hacer un pequeño recorrido hacia el interior que necesariamente nos llevará a salir del todo renovados hacia afuera; esta es una parte de nuestra formación franciscano-clariana, pero que creemos puede ayudar en este tiempo de confinamiento en casa o en comunidad. La experiencia de Francisco y de Clara es la experiencia de la vida nueva, del hombre y la mujer que viven la vida en el Espíritu.

Sed siempre amantes de Dios y de vuestras almas y de todas vuestras hermanas,

y sed siempre solícitas en observar lo que habéis prometido al Señor.

El Señor esté siempre con vosotras, y ojalá que vosotras estéis

siempre con Él. Amén.

(Testamento de Santa Clara de Asís)

“Sed siempre amantes de Dios…”. Trabajar en nuestra relación con Dios

Decíamos anteriormente que este tiempo de cuarentena puede ser un tiempo fecundo en especial para nuestra relación con Dios. Buscar tiempos de oración no solo compete a una monja contemplativa, sino que es parte de la vida del cristiano; hemos sido creados capaces de relacionarnos con Dios porque somos sus hijos. Este tesoro también está disponible para todos y no permanece escondido para las almas que viven con simplicidad la vocación cristiana; es también para ti.

Una forma segura de oración que puede explorarse en este tiempo de cuarentena es la lectura orante de la Palabra. Hoy esto es ampliamente accesible a cada uno de nosotros, a diferencia de lo que ocurría en otros tiempos; esta es una ventaja. Podemos leer para acoger y meditar en el discurrir paciente de nuestras jornadas, con el fin de que precisamente en ese contacto asiduo y fiel con la Palabra, nuestra propia fe se purifique y se “enderece” y nuestra vida se vuelva cada vez más cercana a la experiencia de la Palabra de Dios.

Este encuentro nos llevará a la transformación de la mente y el corazón que tanto necesitamos, pues miraremos fijamente a través de los Evangelios el rostro del Hijo que nos llama a ser como el Padre.

“…de vuestras almas…”. Trabajar en la relación y conocimiento de nosotros mismos

Lo más probable es que este tiempo de confinamiento en nuestras casas, viviendo en muchos casos en lugares reducidos y relacionándonos todos los días con las mismas personas, nos ha llevado a conocer espacios personales donde, en otras circunstancias, no podríamos llegar. En definitiva, quizás podemos decir: “me estoy conociendo a mí mismo”. La presión nos hace sacar aquello que teníamos escondido en lo profundo del corazón; nuestra humanidad se verá sin duda resentida. Somos capaces de lo mejor pero también de lo peor.

El otro, el que vive junto a mí, puede ayudarme a revelar lo que yo soy y lo que puedo llegar a ser; esto es propicio en un tiempo de encierro como el que vivimos.

Confrontarnos cada día con la Palabra de Dios, desnudar nuestra fragilidad por la luz que nos llega a través de ella, hace que cada acontecimiento, cada persona, cada dificultad puedan llegan a ser momentos privilegiados de crecimiento cuando se aprende a leerlos como un instrumento providencial en las manos del Padre para conocernos y aceptarnos en verdad, descubrir gradualmente nuestra propia realidad de pecadores perdonados, de hombres y mujeres en camino que buscan la perfección en el amor.

“…de todas vuestras hermanas”. Trabajar en la relación con el prójimo

A la luz de todo lo vivido y experimentado nos daremos cuenta de que lo verdaderamente importante es “estar”, no escapar de las relaciones que en el encierro se nos harán cada vez menos soportables. Es tiempo de hacer de ellas el ámbito de una paciente conversión cotidiana, el lugar donde tratar de reflejar continuamente el amor que recibimos de Dios en la oración y los sacramentos. Además, las relaciones se convierten en prueba de la autenticidad de nuestra oración: “por eso, quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4, 20).

En estos días podemos correr el riesgo de confiar más en nosotros mismos que en Dios, de permanecer apegados a nuestros criterios, pensamientos, a nuestros pequeños horizontes, a nuestras seguridades; podemos caer en muchas ocasiones en vivir uno al lado del otro, preocupados (con un poco de suerte) de fastidiarnos lo menos posible.

En el mundo, en casa, en fraternidad, no existen situaciones que impidan el Amor, jamás. Todo es ocasión para dar la vida, si lo queremos. Solo un corazón cerrado, lleno de orgullo nos puede ser de obstáculo.

Cuando se abran las puertas de nuestro encierro, podremos tener la seguridad de haber trabajado por un corazón que sabe superar las divisiones, dar espacio al otro, construir relaciones, suscitar instrumentos de comunión en la simplicidad de lo cotidiano.

Esta es la verdadera comunión que se hace misión, testimonio enorme de vida cristiana. La vida nace siempre de un corazón que se abre para todos.

“El Señor esté siempre con vosotras, y ojalá que vosotras estéis siempre con Él. Amén”. Abrazar el futuro con esperanza

Dios está siempre con nosotros; esa es una realidad. Este puede ser un tiempo enormemente fecundo para prepararnos a abrazar un futuro aún demasiado incierto, pero podemos ser animados por la esperanza de que nada queda estéril en las manos de quien se abandona en Dios, de quien deja que Él tome y transforme la vida. Es necesario que estemos con Él, que permanezcamos en Él.

Hoy es tiempo de abrir el corazón, aunque las puertas de tu casa o de tu comunidad permanezcan cerradas. Que nada de lo que vivimos hoy sea en vano; de la apertura de tu corazón dependerán los frutos que puedas obtener en un futuro no lejano.

Permanezcamos en la esperanza de que llegará el momento en que poco a poco nos iremos incorporando a la normalidad; nuestras puertas estarán abiertas a un mundo que ha sido tocado en su fragilidad más profunda, pero será un mundo que no podrá permanecer igual que antes, porque nosotros no seremos los mismos de antes.  Nuestros sueños serán enmendados y las heridas abiertas en este tiempo de pandemia se verán curadas. Nuestro miedo quedará atrás y seremos impulsados a vivir una vida nueva.

Somos libres de abrir un futuro nuevo y podremos contemplar las maravillas que Dios ha ido realizando en nuestras vidas.

Nuestra oración de hermanas y contemplativas los acompañan durante este tiempo y de los labios del Resucitado nos unimos a ustedes para volver a escuchar en estos días: “¡Ánimo! no tengan miedo, soy yo” (Mc 6,50).

Hermanas Pobres de Santa Clara

Monasterio de Santa María de los Ángeles