Carta del Ministro provincial: Cuaresma, vida en penitencia-encuentro-dialogo

Según nuestras fuentes, el punto de partida de la vida franciscana es una vida en penitencia, como bien lo expresan las CC.GG:

  • 1 La Orden de los Hermanos Menores, fundada por San Francisco de Asís, es una fraternidad en la cual los hermanos, siguiendo más de cerca de Jesucristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente, por la profesión, a Dios sumamente amado, viviendo en la Iglesia el Evangelio, según la forma observada y propuesta por San Francisco.
  • 2 Los hermanos, seguidores de San Francisco, están obligados a llevar una vida radicalmente evangélica, es decir: en espíritu de oración y devoción y en comunión fraterna; a dar testimonio de penitencia y minoridad; y, abrazando en la caridad a todos los hombres, a anunciar el Evangelio al mundo entero, a predicar con las obras la reconciliación, la paz y la justicia y a mostrar un sentido de respeto hacia la creación (CC.GG., 1 §§ 1-2).

 

El tiempo de cuaresma que iniciamos con el Miércoles de Ceniza, nos permite a cada uno nuevamente hacer memoria afectiva-creyente-vocacional del seguimiento de Jesús, desde los presupuestos de la vida franciscana en penitencia y minoridad, que encontramos en el texto señalado.

 

Se nos invita a encontrarnos con el Dios sumamente amado a quien nos “dedicamos totalmente” o al que nos volvemos conmocionadamente. El Dios que nos hace re-encontranos con El, que todo lo crea desde la plenitud de su ser. Y que todo lo que crea lo hace participar de su Plenitud, de su Bondad, de su Belleza, de su Verdad, de su Amor…El Dios Trino y Uno todo lo conforma a imagen de la Trinidad; por tanto, en todo y en todos imprime un movimiento conducente al encuentro, a la comunión, a la comunicación, al diálogo con todos y especialmente con el distinto de sí.

 

Dios, que en la Encarnación se hace historia, asume un rostro y un quehacer situado históricamente. De esta manera emerge la tarea del hombre-mujer, de conformarse con Aquel según el cual ha sido creado (cfr. Gén 1, 26-27; 2,7.15.18.21-25).  Por tanto, el hombre y la mujer, desde su ser más profundo, auténtico, está abierto, orientado al encuentro, a comunicarse, a escuchar, y direccionado a vivir con la creación, con el Creador y con la historia.

 

San Francisco nos plantea que la vida en penitencia-conversión, es un retorno a Dios, en el cual actúan juntos Dios y el hombre. La penitencia, por tanto, sitúa al hombre y a la mujer del lado del Evangelio y lo introducen en la existencia nueva propia del cristiano. De esta manera tenemos que ver que la penitencia es la actitud existencial habitual que define la totalidad de la vida cristiana y franciscana como retorno permanente al Padre.

 

La vida en penitencia, franciscanamente hablando, es un cambio de mirada, de sensibilidad, de lugar social y existencial, pero también como oportunidad en el hoy para un reiniciar procesos de conversión para que se haga realidad en la vida del discípulo lo que afirma san Pablo: “Donde posiblemente abundó el pecado, sobreabunda la gracia” (Rom 5,20), como el modo de actuar de Dios en relación con el hombre, la mujer, el mundo, la historia, la creación.

 

La propuesta de Jesús: “Conviértanse (hagan penitencia) y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,14-15), como horizonte de la existencia cristiana y, podemos decir, franciscana, es noble de ser vivida. Creo que san Francisco asumió y vivió toda su historia de seguimiento de Cristo bajo la forma de una vida en penitencia-conversión, y al final de su vida terrena mira su caminar penitencial y de conversión con el deseo-propósito-decisión de volver a emprenderlo, volverse cada día, hasta el último, hacia Dios. Resulta significativo que Francisco, después de todo lo vivido, quiera volver al inicio, al momento y forma inaugural de su existencia, sin la pretensión de haber alcanzado la meta, sino con la conciencia y decisión de seguir caminando, y experimenta que cada momento de la existencia es una oportunidad para la conversión, en cuanto que la existencia toda se define como vida en penitencia-conversión.

 

Pienso que lo evocado por Francisco al final de su camino de conversión-penitencia es el proyecto primigenio del franciscanismo: la opción deliberada por la no-relevancia, social, eclesial, en el servicio a los leprosos. La opción por ocupar el último lugar, junto a los últimos: los leprosos, los pobres.

 

Francisco, al querer continuar su camino de conversión, vuelve al origen, no al pasado, a su inspiración primera, al momento fundacional-inaugural y se re-encanta de su vocación primera, consciente de que no ha llegado a la meta, pero también de lo que ha caminado, por eso quiere volver a empezar a servir a los leprosos en perspectiva de acercarse a un momento clave de su existencia: la muerte.

 

Francisco ha asumido el camino penitencial de conversión; no lo ha hecho en solitario, sino en comunión de vida e ideales con sus hermanos de la primera hora, en fraternidad.

Por eso, invito a todos mis hermanos para que esta cuaresma la podamos vivir en clave de vida en penitencia:

 

  1. Volvernos cada día a la vocación primera. “He concluido mi tarea; Cristo les enseñe la de ustedes” (2Cel 214).

 

  1. Reencantarnos desde el evangelio, viviéndolo en minoridad, nota que cualifica nuestra vida y misión.

 

  1. Que podamos mirar al origen de nuestro llamado-vocación franciscana, volverla a contemplar para re-encantarnos de ella y seguir con nuevo ardor, con nuevo espíritu, el camino emprendido, renovado por el Retiro provincial que hemos vivido.

 

  1. Que la cuaresma de este año nos dé la oportunidad de mirar y mirarnos con conciencia ética y moral lo que nos falta en vida evangélica y lo que hemos caminado.

 

  1. La vida en penitencia nos ubica existencialmente, no en solitario sino en diálogo, en comunión fraterna con los hermanos que el Señor me ha dado (Test 14), con los leprosos: pecado-amargo, abrazo-dulzura (Test 1-3), en comunión con la Iglesia, (Test 4-13); con los musulmanes y toda persona excluida (RnB XVI; Rb XII)

 

  1. La vida penitencial, en perspectiva del seguimiento del Señor y para alcanzar vida eterna, nos abre al diálogo, al respecto por el otro, reconociendo y creyendo que la conciencia moral es el sagrario del hombre-mujer, donde este se encuentra de manera íntima y personal con Dios y descubre desde su condición de criatura amada los caminos de justicia, en el tiempo y lugar donde se encuentra.

 

  1. La vida franciscana nos desafía permanentemente a construir relaciones desde la horizontalidad y no desde la verticalidad. Más hermanos-fraternos con todos y menos clericales. Más desde la minoridad-encarnación y no desde la búsqueda del poder.

 

  1. La predicadora de nuestra semana de retiro, Sra. Claudia Leal, nos ha expuesto y hecho rezar sobre la crisis de la Iglesia: “Una crisis como la que vivimos es, entre otras cosas, el resultado de darnos cuenta de una realidad que seguramente estaba ante nosotros sin que nos diéramos cuenta. Es ética y espiritual. Es volver a encontrarnos con el diagnóstico del papa Francisco: “cultura de abuso y de encubrimiento”; abuso de poder, de conciencia, sexual, tenemos que hacernos cargo de esto”. Cita un texto del cardenal Pironio: “El camino para los tiempos difíciles, en Jesús, no es el miedo, la insensibilidad o la violencia. Al contrario: es la alegría del amor, (cfr. Mt 5,44), es la serenidad fecunda de la cruz… (cfr.Jn 12,24)”.

 

  1. La vida en penitencia nos re-ubica y libera de las búsquedas de seguridad y del miedo a perder poder y lugar en nuestra cultura y del cuidado de la institución, por sobre las personas. El desafío es volver a poner a Jesús y su Proyecto-el Reino-en el centro de nuestra vida fraterna y minorítica.  Es poner la dignidad de las personas, de los hermanos, por encima de las estructuras, por muy importantes que estas sean (cfr.Mc 4,35-41;Mt 14,22-25).

 

  1. Ir a la otra orilla siempre es un reto; lo hemos escuchado constantemente en las palabras del Papa Francisco enviándonos a las periferias, a las otras orillas, a los diferentes, a los que tienen otras creencias. En general, nos gustan sus palabras, las alabamos, pero tengo la impresión de que continuamos anclados en la orilla de nuestras seguridades y comodidades. Se nos hace necesario pedirle al Señor liberarnos de miedos, criterios y de tantas cosas, para ir a la otra orilla. Para dejar seguridades, ayúdanos a reconocer con valor y humildad que a veces nos equivocamos, ayúdanos a escuchar a todos, escuchar el dolor y tantos gritos existentes, y a escucharnos de verdad. Que no nos cansemos de escuchar más y de hablar menos. La escucha como una clave para volver a poner a Cristo en el centro y también nuestra forma de vida: Francisco.

 

  1. La dinámica cuaresmal-penitencial nos reclama, nos urge a vivir desde una eclesiología de Pueblo de Dios, de comunión y misión, donde podamos, laicos y hermanos menores, experimentar la fuerza evangélica y protagónica del movimiento franciscano. “La misionariedad del movimiento franciscano exige itinerancia por los caminos del mundo. Que podamos experimentar un nuevo Pentecostés en nuestras fraternidades”. (Apunte de Fr. Alberto Nahuelanca). Que el Espíritu del Señor nos convierta en testigos valientes de Cristo y anunciadores de su palabra desde una vida coherente y testimonial, como lo hiciera san Francisco en su viaje misionero a los musulmanes, como conocemos su encuentro con el Sultán en Damieta hace 800 años.

 

  1. Es después de la visita al sultán que Francisco escribe en la regla de 1221 que los hermanos que quieran vivir entre musulmanes deben evitar toda querella y toda disputa, la apologética de cualquier género, el espíritu de controversia, la voluntad de vencer en la discusión y toda búsqueda de poder. Al contrario, él pidió a sus hermanos, no desde su autoridad, sino “en el Señor Jesucristo” de no juzgar a los otros, sino ser educados, pacíficos y modestos, benignos y humildes. En el transcurso de la historia, en la Orden, en nuestra Provincia, nos podemos sorprender no viviendo este ideal, lo lamentamos y pedimos perdón a aquellos a los que hemos herido. Pero también afirmo que nos sentimos animados por el ejemplo de aquellos que han vivido y continúan viviéndolo en paz entre los musulmanes y para nosotros en nuestro país entre los diferentes credos religiosos e ideologías.

 

  1. El hermano menor es un ir-descalzos, en camino hacia el Reino. Fraternidad-Minoridad-Itinerancia, son los componentes de nuestro nombre fundacional. En Damieta, Francisco amplia estos tres valores fundamentales, les da una nueva dimensión, nos hace más universales. Creo que, al acercarnos a los musulmanes, a todo aquello de lo inter-religioso, nos acercamos más al Evangelio.

 

  1. Pienso que en la provincia estamos muy reducidos por fronteras naturales, cordillera y mar, por ideologías, por realidades culturales…etc. Que nuestros valores evangélicos y universales mencionados en párrafos anteriores, nos interpelan para “ensanchar el espacio de la tienda” (Is 54,2-4), para abrir nuestro corazón-mente-pies, para vivir franciscanamente más integrados de manera práctica a la Orden y a búsquedas más universales.

 

La vida en penitencia, la cuaresma iniciada hoy tiende toda ella a celebrar-contemplar al Misterio Pascual de Jesucristo.  Que la vida-muerte-resurrección-glorificación de Jesús de Nazaret, fundamento de nuestra caminada creyente-vocacional, ilumine y pueda dar un nuevo significado a nuestra vida penitencial y franciscana en su retorno permanente y conmocionadamente a Dios y a los leprosos.

 

Queridos hermanos, que estas reflexiones sobre nuestra vida en penitencia, en clave de encuentro y diálogo, para el tiempo de cuaresma, nos ayude a cada uno y en fraternidad para caminar y mirar nuestra vida, como la de nuestro alrededor, y contemplar nuevas oportunidades-posibilidades evangélicas para seguir más de cerca a Jesús como verdaderos hermanos menores.

 

Que el Señor les conceda la paz.

 

Fr. Isauro Covili Linfati, ofm

Ministro provincial

 

Santiago, 6 de marzo de 2019 – Miércoles de Ceniza