El Ministro general, Fr. Michael Anthony Perry, compartió las siguientes palabras durante la Santa Misa del encuentro entre los Dos Conferencias (Brasil y Cono Sur) a Sao Paolo, Brasil.
Queridos hermanos y hermanas, ¡el Señor les dé la paz!
“¿Por qué esta generación pide una señal?” Una de las mayores dificultades que tenemos los humanos es nuestro deseo incontrolable de tener una confirmación absoluta de lo que llamamos verdad. Y cuanto mayor es nuestra falta de imaginación y asombro, más buscamos claridad, incluso extraordinaria, signos para confirmar algo que, en muchos casos, sabemos que es cierto, pero por una razón u otra nos negamos a aceptar.
En el Evangelio de hoy, sucede así. Los fariseos piden un signo del cielo. Entran en discusión con Jesús. Al igual que Moisés en el Antiguo Testamento, Jesús había dado de comer al pueblo en el desierto, realizando la multiplicación de los panes (Mc 8,1-10). Señal de que se presentaba ante el pueblo como un nuevo Moisés, como el Maestro que muestra el camino de la vida. Pero los fariseos no fueron capaces de percibir el significado de la multiplicación de los panes. Esta capacidad no se refiere a su comprensión intelectual de lo que Jesús estaba predicando, de los milagros que estaba haciendo entre la gente. Por el contrario, eligieron cerrar sus mentes antes que aceptar que no confirmaba su visión de lo que significaba creer en Dios y seguir escrupulosamente los mandamientos de Dios. Para San Marcos, la pregunta no es sobre el intelecto; es una cuestión del corazón. Ellos no habían aceptado nada de lo que Jesús había hecho.
“Jesús suspira profundamente”, probablemente de desahogo y de tristeza ante una ceguera tan grande. Y concluye “¡No se dará a esta generación ningún signo!” Los dejó y se fue a la otra orilla del lago. No sirve de nada mostrar una linda pintura a quien no quiere abrir los ojos. ¡Quien cierra los ojos no puede ver!
Entonces, ¿qué se necesita para que cada uno de nosotros abra sus corazones a la novedad que Dios busca ofrecer al mundo, a la Iglesia y a nosotros que somos hermanos menores en estos tiempos de cambios tremendos y en estas regiones de la Orden?
San Francisco de Asís nos ofrece una manera de seguir adelante. En su Testamento a los hermanos revela cómo los discípulos de Jesús deben responder con fe a lo que Dios está pidiendo a cada uno de ellos. No es una cuestión de conocimiento, aunque debemos estudiar los signos de los tiempos, como nos recordó el Concilio Vaticano II. Tampoco es una cuestión de tener control sobre todo, como si el poder fuera la clave de una fe más profunda. Esto es algo que los gobiernos e incluso la Iglesia, la Orden aún deben aprender.
Escuchemos ahora las palabras de San Francisco, quien recibió una nueva visión de Dios y una nueva visión de la humanidad, que lo llevó a abrazar a Jesús, a los leprosos y a todas las personas y a la naturaleza como hermanos y hermanas de una manera completamente nueva y liberadora.
“El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo.”