El día 30 de septiembre fue el día fijado para dar cumplimiento al Decreto de supresión del Monasterio de las Hermanas Clarisas de Puente Alto.
La emotiva celebración eucarística fue presidida por el Pbro. Francisco Javier Manterola, delegado por Mons. Jorge Concha. Participaron también los Hnos. Carlos Paz, Santiago Andrade y Saúl Zamorano.
El lugar fue la capilla de la “Protectora de la Infancia”, la que se vio colmada por fieles y amigos de las Hermanas Clarisas que habían acudido para la despedida.
Presentamos el texto de la Homilía pronunciada por el Pbro. Manterola.
Pbro. Francisco Javier Manterola
El árbol de la vida consagrada padece los mismos vaivenes de la barca de Pedro, la Iglesia. La barca de la Iglesia navega a través de los tiempos y los cambios culturales aprovechando, tanto la suave brisa de las prosperidades como los temporales y marejadas de los tiempos difíciles. Aun así, lo más difícil para la navegación de la barca de la Iglesia, es cuando no hay ni suave brisa ni temporales sino la falta del viento, la apatía del agnosticismo o de la indiferencia religiosa.
Sufrimos por la falta de vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal en Chile. Sufrimos por el decaimiento de la vida cristiana. Sufrimos por la falta de compromiso y la confusión moral de las nuevas generaciones. Sufrimos y nos unimos al sufrimiento de las hermanas Margarita María, Maribel del Carmen, Cecilia del Espíritu Santo y Haydeé de San Francisco, por tener que suprimir este Monasterio. Efectivamente esto nos duele a todos.
Pero a Dios no se le van los detalles. ¿Acaso no es el Dios Creador que conduce la historia? ¿Acaso se ha olvidado de nosotros? ¡¡¡Levantemos la mirada!!! Miremos con los ojos de Cristo que no abandona ni a la Iglesia ni a sus hijas. Queridas hermanas, hemos escuchado a Jesús en el evangelio enfrentado el doloroso trance de la Cruz. Él nos hace entrar en la misteriosa fecundidad del abajamiento, de la entrega y de la muerte. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto».
Hermanas, la vida de ustedes da testimonio de la fecundidad de la muerte gloriosa de Cristo en la Cruz. Ustedes nos invitan a hacer vida la invitación del Señor: «el que quiera servirme que me siga, pues donde yo estoy, estará mi servidor». En este trance doloroso y agitado para el mismo Señor Jesús se manifiesta la gloria del Padre. Tanto para los discípulos que escuchaban a Jesús como para nosotros hoy día, nos pueden parecer tan ilusas esas palabras. Pero… ¡qué sorpresa tan grande fue cuando al tercer día experimentaron la Gloria del Padre en Cristo resucitado!!! Todo cambió. Así también queridas hermanas, Dios que no es tacaño para sorprendernos, nos sorprenderá con lo que les espera.
¡Levantemos la mirada!! Miremos ahora lo que fue este monasterio durante casi 450 años acompañando la vida de Chile. Casi junto a la llegada del evangelio se fundó el monasterio en Osorno, luego pasó a Chiloé; durante los siglos XVIII y XIX en El Monte, y casi un siglo en Santiago acompañando la vida de la Iglesia. Tanta luz que brotó de este monasterio, ¿de dónde provenía, sino de sus monjas? ¿No era acaso la luz de Cristo que encendía la comunidad? ¿No era la luz de la pobreza y de la alegre fraternidad la que se proyectaba sobre los vecinos y la creciente sociedad chilena? ¡Por eso estamos dando gracias a Dios! Por ustedes y sus hermanas clarisas del Monasterio Santa Clara.
Queridas hermanas, en ellas, las clarisas que las precedieron, había lo mismo que hay en ustedes hoy día: entrega al Señor al estilo de la Madre Santa Clara. En ellas había la misma confianza en Dios que la que hay en ustedes. Es la misma entrega que unida al sacrificio de Jesucristo da la gloria al Padre. Esta es la ofrenda agradable al Padre. Ese es el sentido de los votos que han hecho en esta familia religiosa. Los votos con los cuales ustedes entregaron su vida a Cristo, son la ofrenda que el Padre recibe y que el Espíritu consagra análogamente a como consagra el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por ustedes, por su vocación, por su carisma, por la Madre Santa Clara, damos gracias a Dios Padre.
Parece que los embates de nuestro tiempo hicieran decaer la vitalidad de la vida cristiana lo que redunda en el decaimiento de la autonomía de muchos monasterios. Sin embargo, esto no significa que el árbol de la vida religiosa, que la vitalidad y santidad de la Iglesia, estén decayendo. Al contrario, el mundo, incluso el mundo pagano, es la Viña del Señor, y cada carisma que él suscita, al crecer y dar fruto, «él lo poda para que dé más fruto». Esperamos que la crisis vocacional que vivimos en Chile y en occidente, sea una crisis pasajera.
Miremos lo que pasa en África y en Asia con la familia de las clarisas. Me contaba Monseñor Jorge Concha que el carisma franciscano y las vocaciones clarisas son un gran atractivo para jóvenes de esos continentes. No nos extrañe que pronto, países en desarrollo y supuestamente desarrollados, ahogados en materialismo y exitismos de corto alcance, pidamos ansiosos la llegada de nuevas fundaciones que despierten la alegría y la libertad de la pura y santa pobreza.
Ustedes queridas hermanas llevan esa semilla en su corazón. Ustedes queridas hermanas Margarita del Sagrado Corazón, Maribel de la Inmaculada, y hermana Cecilia del Espíritu Santo serán -unidas a sus hermanas clarisas que las esperan con cariño- serán Buena Nueva y esperanza para la Iglesia en Los Ángeles, y usted querida hermana Haydée, de la misma manera lo será en el Monasterio de Santa Clara de Huanta, en la República hermana del Perú, que la esperan como a una hermana muy querida.
Sean fieles al carisma que han recibido, confíen en su Madre Santa Clara, y sobre todo en su Madre la Virgen Inmaculada Madre de Dios que las cuida inspirando a su Madre la Iglesia el cuidado y amparo maternal para ustedes y sus monasterios. ¡¡Dios las bendiga y recen por nosotros!! Amén.