El tiempo avanza inexorablemente y ya estamos cada vez más cerca de mediados de un año donde se nos ha invitado a vivir la misericordia, con uno mismo, con el prójimo y, de manera especial, para acercarnos al Padre que, como el padre misericordioso del texto evangélico, espera siempre que retornemos a Él.
El Papa Francisco nos recuerda en su Bula de inicio del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, “que Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”. Añade también que “siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia”. Toda persona llamada por Dios a la vida, experimenta en su propio existir la necesidad de la misericordia, tanto recibiéndola como entregándola.
Vivimos tiempos complejos… el mundo nos lleva por caminos sin una ruta clara, donde los valores pareciera ser que quedan guardados, cada vez más, en el baúl de los recuerdos, y se nos pone frente a nuestras narices un modelo de vida en el que el existir de cada individuo, con sus exigencias de éxito, belleza y riqueza, es el único referente para medirse frente a los demás. Bajo esta realidad ¿dónde puede estar presente la misericordia? ¿En qué aspectos de la vida del hombre se hace visible?
Somos hombres y mujeres pecadores. ¡Lo somos! Y qué tristeza nos produce darnos cuenta que, por más intenciones que tengamos de salir del pecado, cada caída de nuestra humanidad, como individuos y como colectivo, nos recuerda que somos débiles y frágiles. El camino hacia la “vida del mundo” es muy fácil de acceder, está en nosotros y está en nuestro entorno; pero el camino a Dios ¿dónde está? ¿Sabemos cómo llegar a él?
Jesús, desde su infinita misericordia, no nos llama (vocaciona) porque seamos personas acabadas en la santidad, nos llama porque sabe que somos necesitados de su amor, de su misericordia. Conoce nuestros corazones y no por nuestros “trajes” llegamos a Él, sino por el “traje de misericordia” que Jesús gratuitamente pone sobre nosotros para seguirle.
Al recorrer los llamados vocacionales en los evangelios, nos damos cuenta de que Jesús siempre tomó la iniciativa para llamar a seguirle y que fijó su mirada, claramente, sobre aquellos que no eran los más “dignos” para estar con Él. Esta historia ¿te parece conocida? ¡Claro que sí! Esta es también nuestra historia vocacional, nuestra vida… Los que somos llamados por Dios a la vida consagrada, al sacerdocio, al matrimonio, a la soltería, estamos siendo llamados no por nuestra “dignidad”, sino porque Jesús, con todos los hombres y mujeres que llama, visibiliza el Reino de Dios, el Reino de amor y de justicia. Y tú hermano, hermana, ¿has experimentado la misericordia de Dios en tu vida? Como seguidor de Jesús, ¿eres de aquellos que construye puentes de misericordia con los que están a tu alrededor o actúas en la vida instalando muros que dividen el amor, la misericordia?
No desaprovechemos este tiempo de gracia que nos regala la Madre Iglesia. El Señor Jesús nos ayude a que como vocacionados a seguirle, desde el discipulado y la vida minorítica, seamos verdaderos embajadores del mensaje central de los Evangelios: el Dios en quien creemos se llama AMOR… se llama MISERICORDIA.
Fr. Villy Terzán P., ofm, Animador Provincial Cuidado Pastoral de las Vocaciones