Entrevista a Mons. Jorge Concha, ofm

Puede seguir usando el hábito y firmar como franciscano, pero ya no tiene las obligaciones ni los derechos de la vida franciscana, como es vivir con otros frailes. El dejar de vivir con sus hermanos es lo que considera más difícil de su nuevo estado clerical.

El obispo Jorge Concha Cayuqueo (58 años) nació en Carahue, pero su infancia y juventud la vivió entre Temuco y Nueva Imperial, donde fue un joven con activa vida eclesial.

Ingresó a la orden franciscana luego de salir del colegio, dejando atrás la alternativa de estudiar en la universidad Ciencias Sociales. Eligió esa espiritualidad motivado por la figura del santo de Asís, de quien leyó una biografía en su adolescencia y le impactó por su libertad evangélica expresada en la pobreza, la vivencia en comunidad y la fraternidad universal. “San Francisco siempre trató de ser fiel a su intuición y yo creo que lo logró en gran medida; él logró ser libre hasta el final”, dice.

A fines de los 80’, recién ordenado sacerdote, junto a otros tres religiosos vivió en la población Lo Amor de Cerro Navia, en la que los allanamientos eran habituales, los camiones del gas no entraban y el pan de cada día escaseaba, siendo el único almuerzo seguro de los niños la olla común que entre todos preparaban en la capilla Maximiliano Kolbe. Esos cuatro años los rememora como el momento de mayor libertad evangélica en su vida como sacerdote.

Como anécdota recuerda que sus hermanos frailes de los templos del centro les juntaban las velas de los santos cuando en la población se cortaba la luz, lo que era muy seguido. Con profundo dolor, rememora el instante en que un niño de 14 años, Francisco Javier Fuenzalida, murió en sus brazos mientras lo traslada a la capilla después de haber recibido un balazo en un operativo de Carabineros durante una protesta.

El ideal de esa libertad nunca le ha sido fácil, más porque un alto porcentaje de sus 29 años de sacerdocio le ha tocado ser representante de la institucionalidad: formador de novicios y provincial de la orden en Chile. Y a partir del 29 de agosto pasado, obispo auxiliar de la diócesis de Santiago.

Dejó Cerro Navia para ir a Roma y estudiar en la Universidad Gregoriana un doctorado en Ciencias Sociales. Al regreso asumió como formador en el seminario franciscano. ¿Cómo fue esa etapa? “Eso es un tiempo delicado y muy bonito también, porque ahí se da la posibilidad de vivir con los jóvenes que vienen con mucho ideal y tratan de vivirlos de una forma más directa, sin muchos rodeos. Además, cuando mejor se rezan las horas es en las casas de formación. Esa etapa fue muy importante en mi vida”.

Después volvió a la población, ya sin dictadura en el país, pero con los problemas propios de la pobreza cruda, en la capilla Medalla Milagrosa de El Bosque.

“Tratamos de hacer lo mejor que pudimos. Fue una vida comunitaria, muy cercana, de fraternidad y sin muchas jerarquías, más de tú a tú con toda la gente. Celebrábamos todo, la vida litúrgica y la vida humana”, dice.

 

Y de su paso como provincial, señala: “Es un servicio muy bonito y muy delicado porque allí se trata con lo importante y positivo de los hermanos, como también con lo desagradable. Por eso que es delicado, porque el hermano, como sea, es también llamado por el Señor, es templo, es espíritu, y tiene que ser tratado siempre con mucho respeto, con mucha delicadeza y con mucha verdad. Estoy muy agradecido también en esa parte de la ayuda de los hermanos, porque hubo mucha colaboración”.

-¿Al ser obispo, sigue o no siendo franciscano?
-Uno sigue siendo franciscano, pero ya no viviré con la fraternidad. La vida comunitaria en nosotros es muy importante, es un distintivo, como el hábito. Es parte de la identidad del franciscano: vivir en fraternidad, y las comidas, la oración, la eucaristía en lo posible, juntos. Yo creo que ese es uno de los aspectos que debe ser fuerte, porque ya el hecho de pensarlo es fuerte.

-¿En qué consistirá su labor de obispo?
-Un obispo auxiliar apoya al arzobispo en sus funciones. Pero estoy empezando recién, no sé cómo irá a ser y todavía no tengo encargo específico. Es todo nuevo, pero creo que la experiencia que uno tiene le permite mirar con cierta sencillez y naturalidad también lo que este servicio le pueda pedir.

-¿Cómo piensa conciliar el estilo franciscano con la vida de obispo?
-Yo creo que la Iglesia espera que un franciscano viva como un franciscano y no importa el servicio en que esté. La Iglesia quiere y pide que todos vivamos bien e intensamente nuestro carisma; ese es el mejor servicio que le podemos dar. Espero que eso salga naturalmente.

-¿Cuáles son a su juicio los principales desafíos de la Iglesia en el tiempo actual?
-Uno de los aspectos más importantes que podemos vivir como Iglesia es acercarnos más a la gente, porque lo primero que nosotros tenemos que hacer es escuchar más. Podemos identificar algunos aspectos por lecturas y porque estamos bombardeados de información, y sabemos que hay problemas, como un sinsentido de la vida, y otros muy concretos como consumo y tráfico de drogas, fragilidad en la familia, desigualdad en la sociedad y en la distribución de las riquezas, nuevos marginados, mucha injusticia, el tema no resuelto de las minorías étnicas, temas sociales que reclaman mayor atención. La Iglesia no está llamada a responder a todo esto, sino a hacer un acercamiento fraterno y a poder colaborar en muchas de estas situaciones. Pienso que en eso estamos al debe, todos los cristianos, incluida la jerarquía. Es una tarea como Iglesia acercarnos más, y con todos nuestros sentidos, los físicos y los del corazón. Escuchar más y no ir con respuestas ya hechas, aunque lo hayamos leído, aunque hayamos escuchado, aunque hayamos tenido una ilustración del problema. Ir y escuchar con atención, auténticamente escuchar más.

– Usted es descendiente mapuche, ¿qué opina de la situación del pueblo mapuche?
– Mis abuelos por parte materna son mapuche. Mi abuelita siempre habló mapudungun, sabía español pero no le gustaba. En la casa de ellos siempre se habló, me costaba porque íbamos de visita no más, pero yo entendía y todavía entiendo el saludo, no sé hacer un discurso.

Cuando niño vi mucha pobreza en el pueblo mapuche y me impresionó. Por ejemplo, una escena que me sacó lágrimas fue la de una señora mapuche con niños chicos vendiendo un ovino a un comerciante establecido. Ella le ponía un precio y él lo bajaba, no llegaban a acuerdo y el hombre tomó el animal y lo tiró para adentro, pagándole lo que él decidió. Ella no quería vendérselo y él se lo “compró” al precio que él quiso. ¡A una pobre mujer mapuche que ni siquiera sabía hablar bien el español! Esa imagen me quedó, como muchas otras que vi en Nueva Imperial.

Cuando escucho y leo informes de quiénes son los más pobres en Chile, curiosamente siempre están entre ellos los mapuche, y yo lo relaciono con lo que vi, con ese abuso de poder, con ese autoritarismo del poderoso a una mujer frágil, que no sabía el idioma y estaba en su tierra.

-En los medios, en general, de los mapuche se habla del “conflicto”, tierra, incendios, piedrazos…
-Queda como que ellos son los conflictivos. Pero tanto tiempo y tanta pobreza… La injusticia siembra violencia, abona violencia. Eso pertenece también a la moral cristiana: cuando hay mucha injusticia, el que es sometido igual se puede rebelar. Nunca es justificable la violencia y la muerte, pero uno -poniéndose en el lugar del que sufre- puede llegar a comprender a veces tantos signos de odio y la falta de credibilidad.

Es Chile, con toda su institucionalidad y todas sus instituciones, que no ha encontrado solución al problema mapuche, que tiene que ver con el tema de las tierras, pero también con una pobreza tan cruel, con falta de escuelas (recién está un poco mejor, pero ¿por qué tanto analfabetismo en el pueblo mapuche?), problemas de viviendas, a nivel de salud, contaminación de las aguas, y por supuesto, más complejo será también, crear posibilidades de desarrollo económico.

-¿Cómo siente que lo ha recibido la gente?
-Muy bien, casi demasiado bien. Yo siempre soy muy agradecido de Dios, un convencido de que todo viene por gracia de Él. Y también estoy agradecido por las muestras de cariño, de acogida, de alegría. De la jerarquía y del pueblo de Dios.

-¿Cómo lo imagina, lo proyecta?
Hay cosas que voy a echar de menos de la vida franciscana, eso sin duda, pero también se abren posibilidades nuevas, de hacer lo que en el fondo quizá ha ido junto con la vocación desde el servicio, por ejemplo, quizá insospechadas. Bueno, es quizá una característica personal. Soy muy poco dado a programarme en el futuro.

-¿Va aceptando lo que se presenta?
-Tengo mucha confianza en Dios y soy bastante optimista, esperanzado; es fuerte eso en mí. Veo siempre que hay más bien en la vida que mal, que hay posibilidades para el bien, para la esperanza, para la alegría, para la búsqueda, para la creatividad.

-¿Creatividad?
-Además de cercanía con la gente, como Iglesia también nos falta mucha creatividad, buscar nuevas formas, pero que no están acá todavía. Hay que darle mucho espacio al Espíritu, para que nos sorprenda a nosotros mismos, porque Él es capaz, por supuesto, de hacer cosas que nosotros no las hemos siquiera concebido. Entonces, abrirnos, realmente abrirnos, a la acción del Espíritu. Se necesita una novedad más auténticamente del Espíritu para el tiempo presente. Lo que sí se espera de nosotros, es que estemos dispuestos y abiertos a la creatividad que el Espíritu pueda hacer en la Iglesia en este tiempo.

Fuente: Comunicaciones Santiago

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